La brújula se ha vuelto loca. El barco hace aguas por todas partes. La tripulación entra en pánico. Es en momentos así cuando se necesita un capitán sensato, con temple y visión para enderezar el rumbo. Un líder que, como dijo Churchill, piense con claridad en la confusión y aprenda de errores pasados. Ese temple se requiere hoy en nuestra accidentada travesía como país. La intolerancia y la polarización nos sacuden y amenazan con hundir el barco social. Urge un timonel que calme los ánimos y trace una ruta sensata hacia puerto seguro.
No es tarea fácil. Mantener la nave estable y el ánimo de la tripulación requiere talento para construir consensos efectivos y una brújula moral bien calibrada. Significa resolver tensiones, tender puentes, promover la justicia. También impulsar una economía boyante que provea a todos y afiance la confianza. El gran reto de liderazgo hoy es devolver la normalidad y recobrar el sentido de unidad tras años de sacudidas. Que la gente vuelva a sentir que sus instituciones funcionan, que sus derechos están protegidos y que hay horizontes de progreso compartido.
Necesitamos líderes que entiendan su responsabilidad con las próximas generaciones y pongan por delante el interés colectivo. Capitanes que nos conduzcan a buen puerto guiados no por doctrinas estridentes sino por el sentido común, la mesura y la brújula de la conciencia. Alguien, como señalaba Churchill, con la capacidad para aprender de los errores y pensar claro en la tormenta. Ese día recuperaremos el rumbo y la confianza como país. Manos a la obra.