El primer acercamiento de la persona con el liderazgo se lleva a cabo desde su primera infancia dentro de las paredes del hogar: son los padres o los abuelos, generalmente, los primeros líderes con los que se tiene contacto y la primera guía orientadora que moldea el incipiente carácter.
Y la más importante lección aprendida de este liderazgo doméstico es que no son las prédicas ni las palabras sino las acciones las que ejercen la más efectiva influencia. Las más importantes características personales y los más valiosos valores individuales y sociales son transmitidos, generación tras generación, por intermedio de este ejemplo en el seno de la familia.
Un ciudadano honesto, estudioso, íntegro, respetuoso, lo es- sin duda alguna- por el ejemplo con que le forjaron diariamente desde su infancia.
Y es ese mismo tipo de liderazgo el que realiza más poderosa y efectivamente su función cuando pasamos del ámbito doméstico al nacional. Líderes que predican con el ejemplo son los que logran imprimir una huella más profunda y dejan un legado más duradero a través de las épocas. “Si tus acciones inspiran a otros a soñar más, aprender más, hacer más y ser más, eres un líder”, señaló acertadamente John Quincy Adams en su momento.
La gran epidemia de nuestros tiempos son los autodenominados líderes que destacan por la verborrea insustancial y la ausencia absoluta de ejemplos inspiradores: aquellos cuya trayectoria encuadra en la socorrida frase “haz lo que digo, no lo que hago”.
La pandemia que azota inmisericordemente a muestra nación, arrancó la careta a una banda de seudo líderes carentes de la fuerza para inspirar y de la capacidad de impulsar las soluciones necesarias para salir del abismo sanitario en el cual estamos sumidos. Líderes de cartón que rehúyen la batalla y el trabajo y se esconden detrás de aquellos a quienes exigen las virtudes ausentes en su propio carácter.
“Líderes” incapaces de cumplir las exigencias y los sacrificios que imponen a sus subordinados y que parecen ignorar que “la cualidad suprema del liderazgo es la integridad”, en palabras de Dwight Eisenhower.
Nada hay de integridad en quien no cumple las exigencias que impone a los demás.