En el ámbito de la empresa privada, el día a día transcurre entre indicadores, ratios, índices o KPIs: cualquier medición objetiva que explique el por qué no se alcanzaron los resultados esperados o que proporcione la medida exacta del desempeño logrado por el equipo humano a cargo de la tarea asignada. Como un mantra, aquello de “lo que no se puede medir, no se puede gestionar”, funciona como el norte hacia el que apuntan las brújulas de las organizaciones con objetivos claros y que persiguen resultados concretos.
Formulado por el filósofo estadounidense William Pepperell Montague (1873-1953), el mencionado axioma se sostiene sobre dos razonamientos básicos: aquello que se quiere comprender y controlar, tiene que medirse, y; para que la medición tenga sentido, debe llevarse a cabo con un propósito concreto en mente. La mayor parte de las veces, ese propósito es mejorar los resultados.
He aquí la diferencia entre una gestión impulsada por información medible y verificable en cualquier momento y otra llevada a cabo bajo el influjo de los instintos, de la autoridad del puesto o la inspiración aportada por las musas. He ahí lo que caracteriza y ubica en las antípodas una gestión privada, donde el cabecilla tiene que justificar las razones de su accionar y presentar resultados; y de una gestión gubernamental, donde la permanencia en el puesto de quien la dirige no depende de ejecuciones exitosas, sino de amistades, pactos, espacios políticos o cualquier otro tipo de “conexión”.
No son pocas las críticas que a lo largo de esta gestión gubernamental se han expresado contra el deplorable estado de las calles en todo el país, sin que la institución responsable realice un esfuerzo visible por atender las quejas y brindar soluciones. La preocupación y el malestar de quienes sufren a diario por los daños vehiculares causados por los huecos y las desastrosas vías terrestres, contrasta con la absoluta apatía de quien “lidera” la institución de marras. Y que además, sin que le tiemble la voz, en una declaración ubicada entre la arrogancia y la burla, declara sin más que “los huecos los estamos reparando…de día y de noche”.
La pregunta que impera en la curiosidad ciudadana es: ¿con qué criterios mide el Primer Ciudadano el desempeño de los funcionarios que le acompañan en el Gabinete? La respuesta a esta interrogante podría explicar muy bien el por qué aún no alcanzamos a desarrollar todo el potencial del país. Urge establecer un sistema de indicadores, verificables y oportunos, para establecer con exactitud el desempeño de los distintos funcionarios. Dejar a un lado los criterios de “conexiones políticas” que le eviten a la nación los personajes grises que se alimentan del Estado sin ofrecer, a cambio, resultados concretos o gestiones medianamente satisfactorias.