El sistema de justicia desempeña un rol crucial en la consolidación de una sociedad democrática y en la promoción de una convivencia civilizada. No solo interpreta y aplica las leyes, sino que también asegura la cohesión social, el respeto a los derechos humanos y el mantenimiento del orden público. Es esencial que la justicia se aplique equitativamente, sin distinciones de tipo económico, social o político, para garantizar la integridad y la confianza en las estructuras democráticas. La imparcialidad de la justicia es fundamental. Todos los ciudadanos, independientemente de su origen, posición económica o afiliación política, deben ser iguales ante la ley. La idea de que el poder político pueda actuar como un pasaporte para la impunidad socava los principios básicos de la democracia y la equidad.
Una justicia que discrimina o que es influenciable por el poder y la riqueza no solo falla en su función de arbitraje justo y equitativo, sino que también promueve la desigualdad y fomenta un ciclo de corrupción y abuso de poder. La percepción de una justicia sesgada o ineficiente puede llevar a la desilusión y el desencanto con el sistema democrático, mermando la participación cívica y la confianza en las instituciones públicas. Los riesgos y amenazas que enfrenta una sociedad cuando su sistema de justicia degenera son profundos y multifacéticos. Una justicia caricaturizada, lejos de ser un pilar de equidad y orden, se convierte en un instrumento de división y conflicto. La impunidad y la corrupción se arraigan, erosionando los cimientos de la democracia y abriendo brechas insalvables en el tejido social. La ausencia de un sistema de justicia confiable y equitativo puede conducir a un aumento de la violencia, ya que los individuos y grupos pueden sentirse compelidos a tomar la justicia por sus propias manos ante la falta de un arbitraje justo.
En conclusión, la justicia, aplicada de manera imparcial y eficiente, es indispensable para el sostenimiento de una sociedad democrática y una convivencia civilizada. Es imperativo que se mantenga al margen de influencias económicas, sociales y políticas para preservar su integridad y efectividad. Cuando la justicia se convierte en una mera caricatura de lo que debería ser, no solo se compromete la equidad y el orden, sino que también se pone en riesgo la estabilidad y el futuro de la sociedad misma. Salvaguardar el sistema de justicia es, por lo tanto, salvaguardar los cimientos mismos de la democracia.