¿Cáncer …yo?

La fe mueve montañas y tranquiliza el alma.

Vilma Martínez E. Licenciada en Mercadeo y Publicidad

Era noviembre del 2006…  para ese entonces yo tenía 41 años de edad. Me encontraba en una de las etapas más espectaculares de una mujer: con dos hermosos hijos, excelente esposo, hogar maravilloso y familia envidiable.  Así siempre ha sido, pero en ese maravilloso estatus, descubrí que en mi seno izquierdo había una bolita, la cual no me molestaba, y yo mucho menos a ella. Y es cuando me pregunto: ¿cáncer…yo? ¡Imposible!, pero, sí, sucede hasta en las mejores familias.

Estábamos en tiempos de fiestas patrias y yo me encontraba haciendo maletas para la ir a la playa en familia, cuando me llama una vecina y me comenta: “amiga, voy saliendo para el hospital, me van a realizar una mastectomía”… Imagínense, una llamada tipo nueve de la mañana; quedé fría.  Ese fin de semana no hice más que pensar en mi vecina y su situación, y la bolita se hizo más presente que nunca. Pasado el fin de semana, llegué a la ciudad y corrí para que me hicieran la mamografía.

Qué les puedo decir de la cara de la técnica:  no me dijo nada, pero me lo dijo todo… o, más bien, yo lo asumí.  Y es que el cuerpo habla, aunque uno no lo escuche; así que, desde ese momento, con una tranquilidad y fe, supe que algo andaba mal.

Transcurrieron los días y mi llegada al Instituto Oncológico Nacional fue otra experiencia de vida. Encontrarme con la realidad no fue fácil

Llegó diciembre junto con los regalos y demás eventos propios de la temporada. Decidí que me hicieran  la biopsia; me atendió una patóloga que había estudiado conmigo en la escuela y me prometió que para el 24 del mismo mes, los resultados estarían listos, y así fue. ¿Resultado?: cáncer de seno.

A pesar de todo y a sabiendas de cuál sería el resultado, sentía una paz y una seguridad indescriptible.  La fe mueve montañas y tranquiliza el alma. Les confieso que a pesar de que el mundo se me vino encima, fue la Navidad más hermosa que pasé junto a toda mi familia y con la seguridad de que Dios me estaba dando una nueva oportunidad de vida. Nunca olvidaré esa noche.

Transcurrieron los días y mi llegada al Instituto Oncológico Nacional fue otra experiencia de vida. Encontrarme con la realidad no fue fácil. A pesar de tener el corazón encogido, llegué con muchísimas preguntas y, una vez más, sentí que Dios se manifestó al darme un médico oncólogo, como el que me dio:  la franqueza, la seguridad que me brindó desde el primer día, pero de mucho poder ante lo que iba a enfrentar todo el tiempo del tratamiento, fueron fundamentales en el proceso.  Y qué decir de mis hijos de 6 y 7 años, mi esposo, familia, y amigos que también fueron ángeles en mi camino, los cuales, cada día fortalecieron mis ganas de seguir adelante.

No faltaron los días duros, pero también hubo días de asombro y curiosidad, de cómo mi cuerpo se iba adaptando y respondiendo a los cambios y a las quimioterapias. Mi asombro y curiosidad por saberlo todo eran enormes. La caída del cabello fue un suceso… hubo episodios de risas.

En esta experiencia aprendí que Dios estuvo presente en todo momento, que el amor de la familia es infinito, que no sabemos qué va a pasar en nuestro caminar, pero que la vida se lleva mejor viéndola desde su lado positivo, por muy negativa que sea la prueba…  y punto.

En conmemoración del mes de la cinta rosada, con muchísimo cariño dedico estas líneas, desde mi experiencia como sobreviviente de cáncer de mama, a las mujeres que están pasando por un momento similar. Deseo que sepan que no están solas, que Dios está con ustedes, así como también muchísimos ángeles convertidos en familia, amigos, inclusive conocidos. La lucha es luchando, no te dejes mujer.

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