Aunque inicialmente tuvo una acogida moderada, para 1905 el esperanto ya contaba con una pequeña pero entusiasta comunidad internacional de seguidores, con publicaciones y eventos propios
“En la torre de Babel, la humanidad fue castigada por su orgullo al hablar un solo idioma. ¡Quizás un idioma nuevo, neutral y común pueda revertir ese antiguo castigo!” Así pensaba el Dr. Ludwik Zamenhof cuando concibió una de las ideas más audaces del siglo XIX: un idioma universal artificial que uniera a la humanidad. Y hoy, 15 de diciembre, han pasado 145 años desde su creación.
Un médico idealista
Nacido en 1859 en la cosmopolita, pero conflictiva Białystok de la Polonia ocupada, Ludwik Zamenhof creció sensible al sufrimiento causado por las barreras lingüísticas y los prejuicios étnicos. Hablante nativo de ruso, polaco y yidis, notó cómo los grupos se aislaban y desconfiaban entre sí por no entender sus idiomas.
Tras graduarse como oftalmólogo en 1885, Zamenhof concibió la idea de un idioma auxiliar neutro que pudiera superar esas barreras. Durante años desarrolló en secreto ese idioma, al que llamó inicialmente la Internacia Lingvo («la lengua internacional»).
El nacimiento del esperanto
Finalmente, en 1887, Zamenhof publicó un pequeño libro titulado Unua Libro («Primer Libro»), bajo el seudónimo «Doktoro Esperanto». Allí presentó las reglas gramaticales básicas de ese nuevo idioma, un vocabulario de 900 palabras, textos traducidos como el Padrenuestro, y algunos poemas originales.
Ese seudónimo, «Doktoro Esperanto» («Doctor Esperanza»), pasaría luego a designar al propio idioma, que sería conocido desde entonces como esperanto. La intención de Zamenhof era clara: ese idioma debía dar «esperanza» de entendimiento entre todos los pueblos.
Características revolucionarias
El esperanto tenía varias características revolucionarias. En primer lugar, una gramática extremadamente simple y regular, sin excepciones, que lo hacían muy fácil de aprender. En segundo lugar, un léxico basado principalmente en palabras romance, germánicas y eslavas, reconocibles para millones de personas.
Y lo más importante: era completamente neutral. Al no estar asociado con ninguna cultura o país, el esperanto apelaba precisamente a la comunicación pacífica entre diferentes naciones.
El movimiento esperantista
Aunque inicialmente tuvo una acogida moderada, para 1905 el esperanto ya contaba con una pequeña pero entusiasta comunidad internacional de seguidores, con publicaciones y eventos propios. Ese año Zamenhof publicó sus reglas definitivas en Fundamento de Esperanto.
Los «esperantistas» veían en ese idioma no sólo una herramienta práctica, sino la concreción de sus ideales humanistas y pacifistas. Para muchos representaba la posibilidad real de una «paz mundial durable», en palabras de Zamenhof.
Persecuciones y resistencia
Sin embargo, ese idealismo chocó pronto con la cruda realidad política. Pese a su creciente popularidad, el esperantismo fue perseguido tanto por los zares como posteriormente por los bolcheviques, asociándolo con movimientos sediciosos. Más tarde, los regímenes de Hitler y Stalin lo suprimieron despiadadamente.
Pero contrario a las expectativas, estas persecuciones no lograron acabar con el movimiento esperantista, que continuó subsistiendo de manera semiclandestina. Tras la Segunda Guerra Mundial, resurgió poco a poco, impulsado por su espíritu visionario.
Legado
Hoy en día hay aproximadamente un millón de parlantes activos de esperanto, aunque se estima que en total más de 10 millones lo han estudiado. Es el único idioma artificial que ha trascendido como lengua viva.
El esperanto también ha influenciado profundamente propuestas posteriores de lenguas construidas. Asimismo, entre sus hablantes hay un número sorprendente de premios Nobel, como Reinhard Selten y Daniel Bovet.
Pero quizás el mayor legado del Dr. Zamenhof no es lingüístico, sino el de ese ideal que lo inspiró toda su vida: “Que las naciones se entiendan entre sí, y que desaparezcan de la tierra las odiosidades nacionales”. Su ingeniería lingüística no fue sino un intento práctico de concretar ese ideal.
Y aunque el esperanto no se haya convertido (aún) en la lengua universal soñada por su creador, representa uno de los experimentos más fascinantes de la comunicación intercultural en la historia de la humanidad.