Se nos fue Peña Morán

El Maestro llegaba siempre con una sonrisa a la redacción de La Estrella de Panamá. No había manera de que mostrara algún razgo que dejara ver en él alguna incomodidad.

Fernando Peña Morán tomaba su puesto, frente a la máquina de dibujar. Los lápices, el papel, la tinta… esos elementos con los que comenzó su carrera en los medios escritos eran parte de su larga y laureada trayectoria. La tecnología no lo dejó atrás, él se amoldó y siguió adelante con una tableta especial para dibujar.

Por más de cuarenta años, el nombre de Fernando Peña Morán, sobre todo su apellido, Peña Morán, ha estado asociado no solo con la forma en que evolucionó el modo de hacer caricaturas; su arte y el pensamiento de un hombre de tanta sensibilidad han estado ligados a los grandes acontecimientos nacionales e internacionales a lo largo de estas cuatro décadas.

En más de una ocasión, frente a públicos tan diversos que fueron desde encumbrados políticos, empresarios, hasta niños y jóvenes de aquí y de allá, el Maestro desbordaba su pasión por el fino trazo.

Dicho por el artista en innumerables ocasiones, «hacer caricaturas es más que dibujar, porque así como tú como periodistas necesitas estar documentado sobre los acontecimientos que circulan en Panamá y el mundo, así mismo me toca mantenerme informado, tener un criterio y una posición frente a los hechos».

Su formación en la Escuela de Dibujo y Artes en la Escuela Nacional de Artes Plásticas lo llevó muy pronto a trabajar en la antigua Editora Renovación (ERSA), desde donde saltaría a La Estrella de Panamá, punto de consagración en su larga carrera. Aquí desarrolló todo su potencial y pudo combinar lo aprendido en «la vieja escuela», con las técnicas modernas de dibujo y realización de caricaturas, impregnándoles su toque junto con su mascota, el ratoncito

Fernando Peña Morán llevó su arte a países como México, Colombia y Ecuador, entre otros, participando en numerosos festivales de caricatura, dejando en alto el nombre de Panamá, manteniendo además un contacto directo con colegas de otras latitudes, para acrecentar su formacion y seguir aprendiendo, como él siempre decía.

Hay un razgo quizá desconocido de Fernando Peña Morán. Cada vez que se acercaba la Navidad, realizaba una gran colecta entre compañeros de trabajo, amigos, y todo aquel que pudiera dar un apoyo. El fin era llevar algo de alegría a niños de estratos muy humildes, con comunidades muy apartadas de los centros urbanos. Nunca hizo alarde de esto, solo quienes le conocieron de forma muy cercaa, sabían de este noble gesto que cada año se esmeraba porque resultara el mejor momento.

De Fernando Peña Morán pueden contarse muchísimas anécdotas de su vida profesional, y también, aquella forma de trabajo en el que «ser constante, o mejor dicho, ser birrioso, te da la alimentación que necesita el cerebro para plasmarlo en una caricatura, que tenga un sentido y envíe un mensaje.

El Maestro nos deja un inmenso legado. El ratoncito está triste, y todos los que conocimos a este hombre sencillo, nacido en la capital, pero coclesano por amor a su familia, sentimos un profundo dolor con su partida.

¡Solo nos llevas la delantera!

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