Los romanos consideraban como bárbaros a todos aquellos pueblos ubicados fuera de sus fronteras y que, por tanto, carecían de su ciudadanía. Generalmente se referían a ellos como incivilizados y salvajes, por la manifiesta incapacidad o negativa para amoldarse a los usos sociales y políticos que daban forma a la vida dentro del imperio. En su brillante trayectoria conquistadora, además de los territorios, los romanos también hicieron suyos muchos aspectos de las culturas sometidas por la fuerza de la espada. De los griegos, por ejemplo, recibieron esa palabra específica: bárbaros; que significaba charlatán y que aquellos utilizaban para describir a una persona que hablaba un idioma que no entendía. Como ocurre con algunos políticos de hoy cuando asumen como funcionarios.
Los bárbaros contemporáneos, entre muchos tipos del espécimen, son aquellos que, a pesar de desenvolverse dentro de la democracia, demuestran incapacidad absoluta para entenderla, para tomarle el pulso y actuar en consonancia con ella. Son los perfectos charlatanes en el sentido etimológico que daban los griegos al vocablo original: hablan de democracia, pero no la entienden.
La democracia local se desmorona lentamente bajo el acoso permanente de estos “incivilizados” y “salvajes”. Pero, a diferencia de los que amenazaron a la antigua Roma, que lo hicieron apostados fuera de los muros imperiales, los bárbaros criollos amenazan a la democracia desde adentro, donde ocupan puestos sensitivos que no logran entender y cuyas obligaciones no cumplen, echando por tierra la fortaleza institucional sobre la que se erige cualquier nación civilizada.
Aquellos obligados a velar por la transparencia; el otro cuyo papel es garantizar la corrección de las cuentas del país y, finalmente ese a quien se le confió el proceso de descentralización para hacer posible a todos los ciudadanos el equitativo disfrute de las riquezas nacionales; todos confirmaron el bárbaro acecho al que está sometida la democracia nacional. Por ello, nunca como hoy resultaron más oportunas las palabras del gran historiador romano Tito Livio, al señalar que «los bárbaros son una amenaza para nuestra forma de vida, y debemos hacer todo lo posible para protegernos de ellos».