La escena es repetitiva ahí donde están instaladas las agroferias gubernamentales: largas filas donde centenares de personas esperan durante horas para adquirir productos de la canasta básica -sobre todo arroz- porque los precios del publicitado “libre mercado” restringen su menguada capacidad de compra. Adultos mayores, personas con problemas de salud o de movilidad, madres con sus pequeños hijos; todos sometidos indistintamente a las incomodidades y la espera interminable que impone la necesidad de obtener algunos pocos alimentos a precios que se ajusten a sus bolsillos.
El espectáculo resulta deprimente en la nación que se precia de ser “la Dubai de las Américas”, lo cual no pasa de ser un slogan ridículo y carente de respaldo en la realidad habitual de la mayor parte de los habitantes. Este es uno de los países más desiguales del área, donde el mercado no es tan libre como lo pintan y donde existen pequeños grupos que cierran filas para defender las distorsiones con las que lucran indiscriminadamente en renglones tan sensitivos como el de los alimentos y las medicinas, por ejemplo.
Para una convincente defensa de la libertad de mercado es necesario, ante todo, sanearlo de las manipulaciones que lo mantienen convertido en una caricatura, e implementar una real y efectiva “libre competencia”. Sólo entonces, sobre la credibilidad generada, podrá evitarse que sigan ganando fuerza ideas como la regulación de precios, de márgenes de ganancia y de cambios del modelo económico. De lo contrario, mientras las mayorías se sientan excluidas y no experimenten los beneficios que pregonan los defensores de la libertad de mercados, las medidas extremas seguirán fortaleciéndose e instaurándose en el imaginario popular con los peligros que eso representa.