La explosión social era no sólo inevitable, sino que la habían previsto no pocos estudios y observadores atentos a los síntomas que ya se manifestaban. Durante el año 2019 la furia ciudadana hizo amagos preocupantes en varias naciones latinoamericanas, sin embargo, la irrupción de la pandemia funcionó como un botón de pausa. Pero, tras dos años de crisis sanitaria, era de esperarse que resurgiera el descontento en medio de un escenario agravado por las secuelas añadidas por el Covid-19.
Panamá no fue la excepción, y luego de casi tres semanas de protestas y cierres de vías logra convocar una mesa de diálogo para trabajar en un gran consenso en torno a temas como el alto precio del combustible y de los medicamentos, entre otros. Esta mesa no sólo pone a prueba la capacidad de la dirigencia gubernamental: también pone sobre el tapete el liderazgo de los distintos sectores allí reunidos. Porque, como muy bien lo apuntara Peter Drucker: «El liderazgo efectivo no se basa en hacer discursos o ser querido; el liderazgo se define por los resultados».
La nación sigue atenta los acontecimientos y quienes llevan la voz cantante en las negociaciones tendrán que rendir cuentas de sus logros o del fracaso resultante. De esa mesa depende la credibilidad y la permanencia de los nuevos y los viejos liderazgos, respectivamente.