La confianza política es el sentimiento alimentado por la creencia de que el conjunto de instituciones- y quienes forman parte de ellas- actuarán de acuerdo a determinadas expectativas o parámetros: en otras palabras, en conformidad con los propósito o fines que les fueron asignados. La credibilidad, por su parte, alude a la capacidad de las personas para que sus actuaciones o palabras sean aceptadas. Derivada del latín “credibilis”, apunta a la veracidad en las palabras y acciones de una persona.
Ambas, la credibilidad y la confianza, caminan de la mano en la política: la una no existe sin la otra. Y de la presencia de ambas depende enteramente la participación ciudadana. Cuando el sistema político funciona de acuerdo a las expectativas y los propósitos de sus instituciones, aumenta la participación de los individuos en sus procesos. Pero, cuando la dupla está ausente, no puede esperarse nada distinto a lo que sucede actualmente en el país: surgen las protestas, la frustración y el descontento generalizado.
Durante muchísimo tiempo los protagonistas de la política y los distintos gobiernos insistieron en pervertir la institucionalidad del país, destruyendo con ello la credibilidad y la confianza que se requiere para la adecuada marcha de la vida en común. Hoy la nación cosecha las consecuencias de tan descomunal irresponsabilidad empantanados en un escenario donde reina la desconfianza y en el cual la palabra de quienes gobiernan carece del más mínimo valor. En tan lamentable situación resulta espinoso cualquier camino hacia el diálogo y se multiplican las posibilidades de no llegar a ningún puerto favorable: más aún cuando permanecen vacías algunas sillas en la mesa de negociaciones.