La fiesta con la tarjeta de crédito nacional está llegando a su fin. El frenesí de endeudamiento público que ha vivido Panamá es insostenible. La deuda pública se ha más que duplicado desde 2010, alcanzando 36 mil millones de dólares este año, según cifras del Ministerio de Economía y Finanzas. Sin embargo, no existe un plan nacional de desarrollo que justifique este abultado pasivo.
Estamos hipotecando el futuro del país sin una hoja de ruta clara. Y la resaca será dolorosa. El servicio de la creciente deuda compromete cada vez más el presupuesto nacional, dejando menos recursos disponibles para inversión social o para la reactivación económica.
Es hora de establecer prioridades y exigir responsabilidad fiscal. Los líderes políticos no pueden seguir endeudando al país sometiéndolo a un despilfarro corrupto. Necesitamos rendición de cuentas sobre el destino de cada préstamo y su retorno de inversión para Panamá. La deuda no es mala per se, si se orienta estratégicamente. Pero no hay visión de Estado detrás del explosivo endeudamiento actual. Urge un plan nacional de desarrollo, con metas e indicadores, que sirva de bitácora. De lo contrario, la fragilidad financiera amenaza el futuro de las próximas generaciones.
La juerga con la tarjeta de crédito patria está por terminar. Es hora de entronizar la responsabilidad fiscal y exigir un nuevo estilo de liderazgo, capaz de construir un país sostenible con visión de largo plazo. El futuro de Panamá está en juego.