Los nubarrones y la espada de Damocles

La democracia en América Latina pende de un hilo. Los acontecimientos de los últimos años en la región han evidenciado la fragilidad de las instituciones democráticas y el hartazgo de los ciudadanos con gobiernos ineficientes, corruptos y desiguales. Desde las protestas masivas en Chile y Colombia, hasta los controvertidos procesos electorales en Bolivia y Perú, pasando por la represión brutal en Nicaragua, los latinoamericanos han salido a las calles a expresar su descontento.

La confianza ciudadana decae cada vez más, mientras que la insatisfacción con la democracia alcanza niveles preocupantes. Estos hechos revelan una crisis de representatividad sin precedentes. La desigualdad y la pobreza son la piedra angular de este descontento. América Latina continúa siendo la región más desigual del mundo a juicio de diversas instituciones e informes globales. La pandemia no hizo más que acentuar las brechas, arrojando a millones más a la pobreza. Los gobiernos no han logrado distribuir la riqueza y brindar oportunidades a todos los sectores.

Panamá no escapa a esta realidad. El istmo centroamericano ocupa el séptimo lugar en desigualdad en América Latina. Casi un 30% de la población vive en pobreza y un 20% en pobreza extrema en las comarcas indígenas. La reciente ola de protestas contra la carestía de la vida demuestra el hartazgo de los panameños con la desigualdad persistente.

Si la región no enfrenta sus brechas sociales y reconstruye la confianza ciudadana en las instituciones, la estabilidad democrática continuará deteriorándose. Se requieren reformas profundas y pactos entre todos los sectores de la sociedad. Pero el primer paso es que las élites políticas y económicas despierten a la realidad de los más vulnerables. De no hacerlo, el descontento popular seguirá creciendo, con consecuencias impredecibles. En Panamá y el resto de América Latina, la democracia pende de un hilo que puede romperse en cualquier momento.

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