A pocos días de culminar el primer trimestre del año, resulta por demás repetitivo aseverar que el escenario latinoamericano no es para nada halagador. Entre la incertidumbre causada por la inflación, la violencia callejera, el crimen organizado, la crisis de las pensiones y la heredada por los devastadores efectos de la pandemia, no queda mucho espacio para el optimismo. Si a ello sumamos la incapacidad gubernamental para satisfacer las demandas básicas de la ciudadanía tales como salud, la educación y el suministro de agua, la única certeza que permanece en pie es que el horizonte social cercano se perfila extremadamente revuelto. Los levantamientos populares que sacuden a Francia e Israel podrían presagiar lo que se avecina en otras latitudes más cercanas, y las columnas de humo que aún son visibles en algunos cielos del cono sudamericano resultan inquietantes.
Aunque los 200 millones de latinoamericanos en situación de pobreza y el pobre crecimiento económico de apenas 1.3 por ciento previsto para la región en el 2023, son motivos suficientes para el descontento, causas mucho más profundas se desdibujan en el subsuelo. Por un lado, figura la estremecedora desconexión de los gobernantes con las necesidades y demandas ciudadanas. Esta desconexión, que alimenta la insatisfacción social, podría señalarse como responsable de los votos castigos que han abonado las quince victorias de la oposición registradas durante los últimos cuatro años de torneos electorales a lo largo y ancho de la región. Por otra parte, el inquietante descrédito de las instituciones que desemboca en la falta de credibilidad no solo en los funcionarios y partidos políticos, también en la prensa, los tribunales, los sindicatos y todo lo que alguna vez fue pilar fundamental de la democracia.
El sistema democrático está en jaque. El sentimiento del ciudadano de no sentirse representado en el engranaje de gobierno y la crisis institucional son el único combustible que se requiere para encender el descontento. Y esa marea de fuego sumada a la debacle heredada de la pandemia, pueden comprometer el futuro de la región y sumirla en un volcánico escenario de incertidumbres.