Mientras las leyes sean sólo letra muerta estampada sobre un papel, volverán a repetirse hechos como los ocurridos hace pocos días en una plaza de la localidad. Porque el deterioro de la institucionalidad legal se ha hecho habitual a lo largo del país y amenaza convertirlo en un zoológico donde reinará el más fuerte, el que más alto pueda rugir o, en última instancia, el que pertenezca a la manada más numerosa y mejor conectada.
El primer paso para detener este desmoronamiento de las normas es tener en claro que el papel de las leyes apunta a ordenar la vida social, de tal manera que las libertades de unos no afecten los derechos de otros. Si la ley es vista como un cero a la izquierda y los agentes encargados de hacerla cumplir faltan a su deber, el destino que aguarda al país es el de convertirse en un páramo salvaje donde, a falta de regulaciones, se impondrá la voluntad apoyada por la violencia, por el tamaño de la cartera o por el peso de las conexiones políticas.
El momento no se presta para la apatía que nos ha caracterizado en los últimos años. Urge restaurar el sistema legal antes que sea demasiado tarde, ya que una nación cuyas leyes sean letra muerta está condenada, sin lugar a dudas, al más rotundo fracaso.