Las diferencias de opiniones son un componente habitual en la vida comunitaria. El desacuerdo, el conflicto manejado dentro de ciertos límites, hasta resulta saludable y una condición necesaria para el avance de los pueblos. Tal vez por ello, el filósofo alemán Hegel construyó todo su pensamiento en torno a estas desavenencias; en su teoría idealista estableció un proceso evolutivo compuesto de tres fases: una primera propuesta- la tesis- que provoca una respuesta opuesta- antítesis- y de la unión de ambas emerge una síntesis que es, ni más ni menos, la superación de la contradicción existente originalmente. Este proceso, repetido una y otra vez, ha empujado durante siglos la carreta del progreso humano. Y hoy más que nunca resulta necesaria esa habilidad para saltarse los conflictos ya que el fraccionamiento político y social imperante adquiere ribetes epidémicos y amenaza las bases mismas de la vida nacional.
No hay futuro alguno en la polarización; ese fenómeno en el cual la opinión pública se ubica mayoritariamente en extremos opuestos y que no resulta para nada saludable. La sobrevivencia de los pueblos tiene como requisito fundamental el acuerdo, la superación de las desavenencias; y, para ello, los extremos tienen que estar dispuestos a acercarse, a escucharse, a ver el mundo por un breve instante con los ojos del adversario. La destrucción está garantizada sin esta disposición para prestar atención más allá del muro de los intereses propios. Cualquier nación sin la voluntad para construir consensos está condenada al fracaso.
Los problemas y los desafíos actuales son muchos y de dimensiones descomunales, es cierto; por ello reclaman una sociedad vertebrada en torno a un acuerdo adoptado con el consentimiento de todos. Porque eso es un consenso: la unidad alrededor de una propuesta que cuenta con la aceptación de cada ciudadano. Es difícil, ciertamente, porque el consenso no significa igualdad de opiniones, sino la personal decisión de echar a un lado las diferencias y adoptar un curso de acción específico para lograr objetivos concretos.
“Nosotros construimos demasiados muros y no suficientes puentes”, vaticinó Isaac Newton hace un par de siglos. Es hora de tumbar esos muros y construir el puente que nos sacará del desastre actual en el que estamos sumidos. En el consenso radica el futuro de esta nación.