El sueño de la complacencia.

“El político se convierte en estadista cuando comienza a pensar en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones”. Y a pesar de los años transcurridos, y de los centenares de miles de alusiones, la célebre frase de Churchill no ha perdido un ápice de la verdad que la generó.

Ciertamente, un estadista- que puede ocupar o no un cargo en el Estado- se mueve impulsado por una visión que lo hace capaz de mirar al mediano y largo plazo sin descuidar las responsabilidades del presente. Con la fuerza de carácter requerida para sobreponerse a la política partidista, por medio de sus acciones construye un legado que apunta a lo institucional, más allá de cualquier interés limitado al terreno de lo personal. Cada una de sus decisiones y empeños se dirigen a construir la estructura necesaria para que sean la institucionalidad y las leyes las bases sobre las que se despliegue la vida del país.

Lamentablemente, no existen papeletas electorales para elegir estadistas. En su defecto, los procesos electorales a lo largo de nuestra región se limitan a elegir a un administrador del Estado. ¡Y ni siquiera esta tarea la lleva a cabo a tono con las expectativas generales! Carente de una visión y sin planes a largo plazo, su propósito se reduce a mantener intacta la situación reinante, sin tocar ni mucho menos alterar los grandes intereses que a lo largo del tiempo han distorsionado la vida en comunidad. Personajes grises con miras que no alcanzan a sobrepasar la punta de sus narices, incapaces de navegar por aguas turbulentas y atrincherados en el miedo a la rebelión, terminan sumidos en la más profunda demagogia: pendientes, únicamente, de complacer y mantener contentos a los grupos y personajes oportunistas que puedan alterar el orden social y poner a prueba sus mandatos. El temor a que dejen en evidencia sus incapacidades y carencias para gobernar tienen más peso que cualquier obligación y exigencia que el cargo reclame.

¡Pobre de cualquier nación en manos semejantes!

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