Que una institución educativa se entregue al nivel de tejemanejes que caracteriza a la actual gestión de la Universidad Autónoma de Chiriquí (UNACHI), resulta de espanto; en vez de actuar como el socorrido faro de luz que simboliza todo lo relacionado a la educación, los hechos que saltan a la palestra cada día tejen una historia de decadencia donde los protagonistas, entre otros, son el clientelismo desvergonzado, el rampante nepotismo, la parranda salarial y una sarta de irregularidades inconcebibles en un escenario docente.
Luego que en la Asamblea Nacional fuera aprobada la ley 756, que permite la reelección indefinida de la actual rectora de la UNACHI- cuyo salario mensual bordea los 14 mil- la atención pública recayó- entre otros detalles- sobre la planilla de dicha institución, en la cual destacan los exagerados emolumentos de los que gozan los cortesanos de la presente administración por el simple hecho de responder a las simpatías y los intereses reinantes; y, sin un retorno que se manifieste, siquiera, en ligeros incrementos a la excelencia educativa.
Por si no bastara con el abultamiento salarial, el nepotismo descarado es la nota reinante: esposos, hijos, sobrinos, familias enteras nombrados en la institución; algunos de esos elementos, además, devengando otros salarios en el aparato gubernamental y, casos no faltan, cobrando sin presentarse a trabajar.
La rapiña ha enterrado sus garras en dicha universidad: en un proceso no libre de sospechas, se confieren ascensos de escalafón y aumentos salariales por la presentación de títulos otorgados por una universidad extranjera que carece de acreditación; universidad en cuya página web aparece como representantes la rectora junto a otro funcionario que, además, es socio fundador de una universidad ligada a la familia de la máxima autoridad de la UNACHI.
Con la ley aprobada por la Asamblea Nacional, se le brinda oxígeno y se perpetúa este proceso de irregularidades, algo que a estas alturas no sorprende a la ciudadanía. Y la persistencia del deterioro ético e institucional de esa extensión universitaria fortalece la “cultura del juega vivo” y permea a la joven generación que acude en busca de educación y queda expuesta a tan lamentable infección. Algo huele a podrido, y no precisamente en Dinamarca.