Historia del hielo III

 

Una de las cosas que más les chocan a los panameños cuando llegan a otros países es la escasez de hielo que ponen en los vasos, y una de las cosas que más suele molestarle a los foráneos en Panamá es, precisamente, la cantidad de piedras de hielo que ponen en el vaso y que, en algunos casos y por no estar acostumbrados, logran hacer que se rieguen la bebida por encima. Los raspados, masticar hielo, el sonido de las campanillas del paletero, el <<¿Quién trae el hielo?>> cuando se organiza una fiesta… la relación del panameño con el hielo es intensa, y por eso, en La Historia Habla estamos refrescando el verano hablando de la historia del hielo.

 

Daniel Gabriel Fahrenheit fue un físico e ingeniero polaco de origen alemán, al que conocemos por haber desarrollado el termómetro de mercurio y la escala Fahrenheit. Él fue quien determinó el 0 °F. En 1724, él describe sus experimentos para lograrlo: «Colocando el termómetro en una mezcla de sal de amonio o agua salada, hielo y agua, encontré un punto sobre la escala al cual llamé cero. Un segundo punto lo obtuve de la misma manera, si la mezcla se usa sin sal. Entonces denoté este punto como 30. Un tercer punto, designado como 96, fue obtenido colocando el termómetro en la boca para adquirir el calor del cuerpo humano».

 

Un siglo más tarde, a finales del siglo XIX el bostoniano Frederic Tudor y su hermano William bromeaban durante un picnic familiar en Rockwood, al norte de Boston, (donde solían disfrutar de helados y bebidas frías todos el año gracias al hielo recolectado del lago en invierno y almacenado en una casa de hielo), con la posibilidad de vender hielo en el Caribe y así convertirse en millonarios. Lo que comenzó siendo una loca idea desarrollada entre dos hermanos se fijó en la mente de Frederic, que comenzó a darle vueltas a la idea de cortar bloques de hielo de los lagos congelados en invierno, conservarlos durante todo el año y así poder venderlos en los lugares que no tuvieran acceso a ese elemento.

Por fin logró comprar un barco pidiendo préstamos a diestra y siniestra y en 1806 comenzó la exportación de hielo a Martinica. Pero los martiniqueños no parecieron estar muy entusiasmados con la idea de estropear sus bebidas, así que las ochenta toneladas de hielo se iban derritiendo a la par de las ilusiones de Tudor.

Tudor terminó en la prisión de deudores debiendo más de cinco mil dólares a los patrocinadores de su negocio visionario. Pero esto no lo arredró.

Pero él no se rindió y durante la década de 1820, Frederic utilizó todas las técnicas de marketing que ustedes pueden imaginar, incluso ofrecía ‘muestras gratuitas’. Poco a poco convenció a los dueños de los bares para vender las bebidas refrescadas con hielo al mismo precio que aquellas que estuvieran a la temperatura ambiente.

Hizo demostraciones en los restaurantes sobre la forma de hacer helados e incluso dio charlas en los hospitales para que los médicos apreciaran las bondades del hielo como antiinflamatorio y antipirético.

En 1826, había obtenido suficientes ganancias como para contratar a Nathaniel Jarvis Wyeth, un famoso inventor como capataz de su empresa, The Tudor Ice Co. Wyeth creó nuevos tipos de sierras, poleas, rejillas de hierro y elevadores para una recolección más eficiente de hielo. Con estas herramientas la compañía logró recoger enormes bloques de hielo del lago Fresh Pond[1], al lado de la ciudad de Cambridge, en Massachussets, y los trasladó por ferrocarril a los barcos en los puertos de Boston y Salem.

En 1833, Samuel Austin, un empresario que comerciaba con la India sedas y especias, se acercó a Tudor para usar bloques de hielo como lastre en sus barcos en el camino de ida al subcontinente indio. El 12 de mayo de 1833, el Tuscany zarpó, de Boston hacia Calcuta, con sus bodegas cargadas con 180 toneladas de hielo. Cuatro meses después el barco atracaba en Calcuta todavía con 100 toneladas de hielo. Tudor ofrecía su hielo a solo tres centavos por una libra, superando a sus rivales que vendían hielo, recolectado en las cordilleras de la India, mucho más sucio y mucho más caro.

Los comerciantes británicos en Bombay se entusiasmaron al oír del hielo de Calcuta y recaudaron dinero para construir una casa de hielo en los muelles de la ciudad, algunas de ellas diseñadas por ingenieros militares, tomando como ejemplo las casas de hielo persas de las que ya hemos hablado en otra entrega de La Historia Habla, estructuras abovedadas construidas con cilindros de arcilla. Algunas de estas estructuras todavía existen hoy en día.

En diciembre de 1847, el diario The Sunbury informaba que se habían enviado 22 mil 591 toneladas de hielo a puertos extranjeros. Para 1853 la India se había convertido en el destino más lucrativo de la compañía de hielo de Tudor, y tan solo Calcuta le daba beneficios de unos 220 mil dólares de la época, pero, además, en esa fecha, el hielo cortado en Nueva Inglaterra se vendía en lugares tan distantes como Singapur, Jamaica, La Habana, Nueva Orleans y Hong Kong.

Cuando murió, en 1864, Frederic Tudor era millonario y había triunfado en todo el mundo, así que no llegó a conocer la debacle del imperio de hielo que había construido a causa de otro invento que cambiaría el mundo y del que hablaremos en otra entrega de La Historia Habla, el ferrocarril. Con el auge de las vías férreas, la carbonilla expulsada por las locomotoras ensuciaba los lagos de Nueva Inglaterra y la contaminación del hollín terminó con el ‘hielo más puro del mundo’, la empresa de Tudor cerró en 1887, aun así, la idea revolucionaria de Tudor había conseguido implantar en los consumidores lo que ahora se conoce como ‘el efecto tintineo’, la capacidad del sonido de cubitos de hielo chocando entre ellos para recordar en el consumidor una serie de asociaciones positivas.

Por último, en la historia del hielo, hablaremos del aparato sin el que no podemos vivir y en el que conservamos y hacemos hielo a diario sin pensar en ella más que cuando la compañía de energía eléctrica corta el suministro y todo se nos descongela: la refrigeradora o nevera, la heredera moderna de aquel invento del siglo XVI, que tiene varios inventores aspirando a ser sus progenitores, puesto que fueron varios quienes hicieron diferentes contribuciones que ayudaron a desarrollarla.

William Cullen, investigador escocés que trabajaba en la universidad de Glasgow, creó en 1784 un proceso de enfriamiento al que denominó la Bolsa de Frío, en el que mediante evaporación de éter en un recipiente semivacío se conseguía hielo, pero que no fue más que un experimento de laboratorio sin objetivos comerciales.

Fue en el año 1834 cuando el norteamericano Jacob Perkins dejó estupefacto al mundo entero patentando una máquina que era capaz de fabricar hielo y que era refrigerada con éter. ¡Albricias!, el mundo entero debería haber estado feliz, ¿verdad? Pues no, en la Historia Habla les contaremos que el papa Gregorio XVI, fue uno de sus acérrimos detractores y escribió acerca de este invento: “Ya saben fabricar hielo… eso es meterse en el terreno de Dios. Ahora van a llevar su irreverencia blasfema hasta el extremo de fabricar sangre”. ¡Menos mal que la mayoría de los fieles hicieron caso omiso de la advertencia papal!

Diez años más tarde, en 1844, John Gorrie inventó una máquina que lograba enfriar la superficie de contacto al comprimir y expandir el aire; consiguió la patente de su invento en 1851 y en 1860 logró hacer hielo mediante refrigeración artificial. En 1871, Kart von Linde, consigue desarrollar la técnica de congelación con una máquina que empleaba éter metílico y amoniaco como refrigerante. En 1876 Carl Von Linde patentó la primera nevera que funcionaba con gas licuado, pero este gas tenía varios compuestos tóxicos que produjeron envenenamientos.

No fue hasta el año 1918 cuando la marca estadounidense Kelvinator lanza al mercado el primer frigorífico, que consistía en un armario de madera con un compresor que enfriaba el agua por amoniaco. En Europa comercializó el invento la empresa Electrolux en el año 1931, el mismo año en el que Thomas Midgley consiguió crear el gas freón, una molécula formada por un átomo de carbono con dos átomos de cloro y otros dos de carbono que hasta hace muy poco era básico hasta hace poco para los frigoríficos y los aires acondicionados, hasta que se supo que dañaba la capa de ozono y en 1992 se sustituyó por derivados de los hidrocarburos.

No podemos terminar este recorrido por la historia del hielo sin mencionar a Florence Parpart, quien en 1914 obtuvo la patente de un refrigerador eléctrico que mejoraba los modelos anteriores y que dejaron obsoletas las cajas de hielo, ella ya había desarrollado una barredora de calles y aunque este nuevo invento se le atribuyó a su esposo, hoy se sabe que la inventora fue ella, poco después, en 1923, Frigidaire puso en el mercado la primera nevera compacta, el resto ya es historia, y aquí, en La Historia Habla, se la seguiremos contando en la próxima entrega.

 

[1] Hoy en día Fresh Pond es una reserva ambiental, en Cambridge, Massachusetts.

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