La solidaridad no es otra cosa que la adhesión o el apoyo incondicional a causas o intereses ajenos a nosotros, muchas veces en condiciones o situaciones difíciles. Saca a flote lo mejor del ser humano que actúa con un espíritu de total desprendimiento motivado por el deseo de servir, de ayudar a otros en momentos difíciles. Es la materialización, en la vida cotidiana, de la generosidad que impregna al espíritu humano.
La vemos a diario cuando un grupo de personas acude a brindar ayuda a un motorizado accidentado en nuestras calles; o en la sala de los hospitales donde acuden numerosos voluntarios a donar su sangre; o, en casos extremos, cuando grupos ciudadanos montan impresionantes campañas logísticas para recaudar ayuda y enviarla a regiones golpeadas por desastres naturales.
La solidaridad suele manifestarse primeramente en el ámbito personal propiciando la unidad entre parientes y amigos, pero también se manifiesta en escenarios más amplios como el comunitario y el nacional, donde la empatía se salta los límites estrechos del individualismo y acciona tras objetivos que procuran beneficios a un más amplio grupo de personas.
Y está la solidaridad entre naciones que- sin mirar color, lenguaje, religión ni cultura- actúa en beneficio de seres humano a los que se reconoce como iguales: con los mismos derechos y aspiraciones de alcanzar un nivel de vida plena.
Cuando en el 2015 por una decisión del mandatario Nicolás Maduro se provocó la salida de 20 mil colombianos de territorio venezolano, la cancillería colombiana inició la búsqueda afanosa de los votos necesarios para resolver la crisis humanitaria en la frontera y aprobar una resolución que sancionara al mandatario. La cancillería colombiana, según se revela en el libro “Luis Almagro no pide perdón”, apenas contaba con los votos requeridos para lograr su objetivo. Sin embargo, Panamá- que se había comprometido con la causa colombiana- cambió su voto al último minuto y apoyó a Venezuela, que prometió la inmediata cancelación de una deuda que mantenía ese gobierno con una empresa panameña allegada al presidente de turno.
Una infamia más grabada a fuego en la historia de la política criolla, donde no es la primera ocasión en que los intereses particulares de un grupo económico pesan más que los principios éticos y la solidaridad a la hora de tomar decisiones. Veinte mil vecinos colombianos traicionados por una bolsa de billetes. ¡Otra vergüenza más -en la inmensa colección aportada por los políticos- que mancha la generosidad y el espíritu de solidaridad que ha caracterizado desde siempre al pueblo panameño!