Seguimos, en esta entrega de La Historia Habla, contando la historia de la celebración de la Navidad. Habíamos dicho ya que la iglesia nunca celebró el nacimiento de Jesús hasta que el papa Julio I instituyó la superposición con la fiesta del Sol Invicto en el año 336 de esta Era. Los padres de la Iglesia modificaron de esa forma la fecha del nacimiento de Jesús, que los evangelios no señalan, pero que debió de haber sido en marzo o en abril, y la hicieron coincidir con la fiesta pagana del Sol Invicto, asegurando que el Sol que vence a las tinieblas es Cristo. Los cristianos, en el antiguo ritual de Siria y Egipto, se reunían la noche del 24 al 25 en capillas subterráneas o en las iglesias a obscuras y a la media noche salían gritando: ‘¡La Virgen ha parido! ¡La Luz está aumentando!’.
San Agustín, en el siglo V, aún debe exhortar a los cristianos a no celebrar en ese día solemne al Sol Invicto, sino a Aquel que hizo el Sol. Y León el Grande, a mediados del mismo siglo V aún continúa condenando ‘la creencia pestilente de ser la Navidad la fiesta solemne del Nacimiento del Nuevo Sol y no la del Nacimiento de Cristo’.
Durante la Alta Edad Media, en muchas zonas se acostumbraba a celebrar la Navidad asistiendo a la Misa del Gallo en Nochebuena y acto seguido los creyentes iniciaban una fiesta con tremendo jolgorio. Una especie de carnaval, con disfraces, comilonas, música, zarabandas, bromas y en algunos casos, orgías.
Ya desde el siglo VIII se representaba el nacimiento de Jesús en el atrio de las iglesias o en la plaza de las ciudades y pueblos como una forma de cristianizar a la población, pero estos dramas litúrgicos degeneraban también en bacanales, de modo que el papa Inocencio III, en 1207, prohibió las representaciones teatrales en las iglesias.
Pero uno años más tarde, en la Navidad de 1223, San Francisco de Asís solicitó una dispensa de esta prohibición al papa Honorio III y junto a una cabaña de pastores en Greccio (Italia), en un pesebre lleno de paja, teniendo a los lados un buey y una mula, celebró la Misa del Gallo, Francisco se basó en la tradición cristiana, en el Evangelio Árabe de la Infancia, en el Protoevangelio de Santiago y en la lectura de Isaías 1,3: «Conoce el buey a su dueño, y el asno el pesebre de su amo. Israel no conoce, mi pueblo no discierne» , ya que la única referencia canónica al nacimiento en una cuadra la tenemos en Lucas 2,7 “Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón.»
Es a partir de esta referencia que el imaginario popular instala en aquel pesebre a los animales que debían habitarlo de forma consuetudinaria. Y ya encontramos a estos animales representados en la escena del pesebre del siglo IV de las catacumbas de la Basílica de San Sebastián en Roma.
Volviendo al Poverello, entramos en el terreno milagroso cuando leemos que cuando San Francisco pronuncia las palabras “y lo acostaron en un pesebre”, se arrodilló y en ese momento apareció en sus brazos un bebé, rodeado de un gran resplandor.
Desde ese momento la tradición de representar el nacimiento por medio de estatuillas siguió creciendo, aunque el belén más antiguo que se conserva es el de San Giovanni Carbonara, en Nápoles, realizado en madera en el siglo XIV.
Durante el barroco y con el auge de la escultura, las figuritas del belén se convierten en parte de las obras de arte del ajuar de las casas nobles. Y encontramos cómo se legan de padres a hijos los belenes; en el testamento de Isabel la Católica leemos cómo se lo lega a sus hijas y Lope de Vega deja en herencia su belén de figuras de cera a su hija Antonia Clara.
En los países anglosajones protestantes la mala reputación de esta festividad llevó a prohibirla en el siglo XVII. Tampoco se celebraba en las colonias inglesas en Norteamérica, incluso se llegó a multar a aquellos a los que se pillara celebrando la Navidad.
No fue hasta el siglo XIX cuando se comienza a cambiar el significado de este día y pasó a ser una fecha para pasar en paz y en familia. Ya para 1870 la Navidad es declarada Fiesta Federal en Estados Unidos y es en ese momento cuando dan inicio la mayor parte de las tradiciones navideñas que reconocemos hoy en día, se comienzan entonces a decorar los árboles, a enviarse postales y darse regalos.
Ya hemos visto el origen de los belenes, conocidos comúnmente en Panamá como “nacimientos”, pero ¿cuál es la historia del árbol de Navidad? Volvamos al norte de Europa, habíamos dicho que en Yule se celebraba el solsticio, además de con banquetes, adornando un árbol perenne, es decir, que no pierde sus hojas en invierno, un pino o un abeto, que simbolizaba a Yggdrasil, el árbol del Universo en cuya copa se hallaban Asgard (la morada de los dioses) y el Valhalla (el palacio de Odín); y en las raíces más profundas estaba Helheim (el reino de los muertos).
Los misioneros se encontraron con la dificultad de erradicar un rito muy arraigado en aquellos pueblos, de manera que lo que hicieron fue, una vez más, cambiarle el significado. Se dice que San Bonifacio (680-754), el evangelizador de Alemania, tomó un hacha y cortó el árbol que representaba al Yggdrasil, lo llevó a la iglesia y lo adornó con manzanas y velas, simbolizando de esta manera, lo imperecedero del amor de Dios, los dones que Él derrama sobre nosotros y la luz de su Amor.
Y desde esta columna queremos desearles a todos ustedes esos mismos dones en abundancia.