Al poder por la sangre I

‘Podemos’ ver cómo el diccionario define el poder como: Tener expedita la facultad o potencia de hacer algo, y tener más fuerza que alguien, vencerlo.

Y ese vencer a otro para tener expedita la facultad o la potencia de hacer algo, es muy apetecible. El poder sobre personas y posesiones, el poder omnímodo, es una tentación que muchos no han podido resistir, y para llegar a él no se ha dudado en derramar sangre. Pero también encontramos ejemplos de lo contrario, grupos o personas que, considerando que aquel que ejercía el poder no lo hacía correctamente, usaron la fuerza para quitarlo del medio.

Sea como fuere, ha habido muertes que ha cambiado el curso de la historia mundial, y hoy aquí, en La Historia Habla, vamos a revisar algunos de los más importantes.

Y cuando hablamos de magnicidios el primero que nos viene a la mente es, claro está, el de Julio César. Asesinado por una turba de senadores, que lo apuñalaron en la Curia del Teatro de Pompeyo, mientras presidía una reunión pordel Senado en el año 44 a. C.  No podrá quejarse de que no se lo avisaron. Todos los augurios le aconsejaron cuidarse de las calendas de marzo, incluso su esposa trató de disuadirlo para que no fuera ese día al Senado porque había tenido un sueño luctuoso. César no hizo caso, aún así, logró defenderse, hirió a Servilio Casca, el primero de los veintitrés agresores y hubiera logrado salir de la Curia si no hubiese resbalado, cegado por la sangre.

Oh, Capitán, mi Capitán! Nuestro azaroso viaje ha terminado;

El barco capeó los temporales, el premio que buscamos se ha ganado;

Cerca está el puerto, ya oigo las campanas, todo el mundo se muestra alborozado,

la firme quilla siguen con sus ojos, el adusto velero tan audaz.

 

Pero, ¡Oh, corazón! ¡Corazón! ¡Corazón!

Oh, se derraman gotas rojas

en la cubierta donde yace mi Capitán

caído, frío y muerto.

 

(…) Mi Capitán no contesta, están sus labios pálidos e inertes;

Mi padre no es consciente de mi brazo, no tiene pulso ya ni voluntad.

El barco sano y salvo ha echado el ancla, el periplo por fin ha concluido;

del azaroso viaje, el barco victorioso regresa logrado el objetivo.

 

¡Exultad, oh, costas!, y ¡sonad, oh, campanas!

Mas yo, con paso fúnebre recorro

la cubierta donde yace mi Capitán

caído, frío y muerto.

 

Así entonaba Walt Whitman la endecha poética por la muerte de Abraham Lincoln, otro de los magnicidios que no podemos dejar de consignar. En el célebre discurso de Gettysburg, el 19 de noviembre de 1863, Lincoln pronunciaría la famosa frase ‘gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo’. Su sueño siempre fue ‘Una unión indestructible de estados indestructibles’, Lincoln no creía en la guerra, sin embargo, para poder llegar a forjar el sueño que acabamos de mencionar, debió declarar la guerra a los estados secesionistas y esclavistas de sur. Sin embargo, cuando fue reelegido presidente, en marzo de 1865, pronunció un discurso conciliador que comenzaba diciendo: “Con malicia hacia nadie, con caridad hacia todos, con firmeza en lo justo, según Dios nos conceda ver lo justo, prosigamos para concluir la labor en la que nos hallamos”. No tendría tiempo de ver esa reconciliación, el 14 de abril de 1865, cinco días después del fin oficial de la Guerra de Secesión, Lincoln fue asesinado mientras veía una obra de teatro. Un confederado llamado John Wilkes Booth, entró al palco y le voló los sesos. A continuación saltó del escenario al palco y gritó el lema de Virginia:  sic semper tyrannis (Así suceda siempre a los tiranos).

Esta es una frase, muy probablemente espuria, que se ha atribuido tradicionalmente a Bruto, quien, según la leyenda se la dijo a Julio César en el momento de apuñalarlo, (quizás antes o después de que César le dijera aquello de Et tu, Brute?, “¿Tú también, Bruto?”)

Seguro que muchos de ustedes nunca han oído hablar de Gavrilo Princip. Esta que leerán a continuación es una historia de sociedades secretas y confabuladores que lograron desencadenar la I Guerra Mundial.

La mano negra era una sociedad secreta serbia que apoyaba la anexión de Bosnia a Serbia. Gavrilo Princip entró en ella en 1908 a los 14 años, cuando el imperio austrohúngaro se apropió de Bosnia y Herzegovina. Durante la guerra de Serbia contra Bulgaria Princip trató de alistarse, pero fue rechazado por ser demasiado bajo.

Pero fue uno de los tres elegidos por La Mano Negra para el magnicidio de Francisco Fernando de Habsburgo. Francisco Fernando fue, el 26 de mayo de 1914, a Sarajevo a presidir unas maniobras militares, y su automóvil se encontró de frente con Gavrilo.

Después de disparar contra el príncipe heredero y su esposa, trató de suicidarse con cianuro y falló. Se libró de la pena de muerte por no haber cumplido aún 20 años. Precisamente a 20 años lo condenaron, pero murió de tuberculosis en prisión apenas tres años después.

Austria culpó del asesinato a Serbia, que negó su implicación. Entonces Austria envió un ultimátum al Gobierno serbio emplazándolos a responder en dos días, Serbia se negó a aceptar este ultimátum porque consideraron que violaba su soberanía.

El 28 de julio de 1914 el imperio austro húngaro declara la guerra al país eslavo. Cuando el Ejército ruso inició la movilización de sus tropas, Alemania mandó otro ultimátum a Moscú. Moscú hizo caso omiso, así que el 1 de agosto, Berlín declaró la guerra a Rusia y dos días después a Francia. Y unas horas más tarde los alemanes invadían Bélgica. Gran Bretaña entró en la contienda el 4 de agosto y le declaró la guerra a Alemania.

La I Guerra Mundial duró cuatro años, tres meses y catorce días. Murieron entre nueve y diez millones de soldados y la cifra de combatientes heridos ascendió a los veinte millones. Si añadimos a esto los cerca de siete millones de víctimas civiles, la llamada Gran Guerra desangró Europa y fue el detonante para otras consecuencias históricas que cambiaron el rostro del mundo, se disolvieron los imperios alemán, austrohúngaro, otomano y ruso. Como consecuencia dio comienzo la Revolución rusa y terminó formándose la Unión Soviética.

Nada mal para un jovenzuelo que no llegó a dar la talla mínima para ser soldado.

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