El primer sábado de junio de 2020 me levanté un poco temprano para, después de algunos quehaceres, escuchar el Diálogo “Las huellas del movimiento ambiental en Panamá sus retos y perspectivas”, transmitido en Zoom Web, organizado por el Centro de Incidencia Ambiental (CIAM), y que contó con la participación de Lider Sucre, “motivador excepcional” de la conservación de la naturaleza; y Mayté González, abogada especialista en ambiente y desarrollo.
Sucre -quien fue director ejecutivo de la Asociación Nacional para la Conservación de la Naturaleza (ANCON), es director regional para América Latina de Wildlife Works Carbon (WWC); está vinculado a la Reserva del Valle del Mamoní y Geoversity; y es consejero regional de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN)- destacó el rol que han jugado los grupos de base en la protección de importantes reservas naturales del país.
Mencionó la lucha contra la construcción de la carretera Boquete-Cerro Punta, la cual hubiera afectado al Parque Nacional Volcán Barú, y causaría un fraccionamiento en la Reserva de la Biosfera de La Amistad.
“El nivel de las organizaciones de Boquete y Cerro Punta para movilizar gente era tal, que esa lucha se ganó porque había una organización de base tremenda”, sostuvo Sucre, quien destacó el gran liderazgo del ambientalista chiricano Ezequiel Miranda.
Contrastó esto con la explotación minera en Petaquilla, proyecto que se pudo ejecutar, porque es un área de poca población y comunidades dispersas, y no había una fuerza ambientalista de base que ayudara en esa pelea que “lamentablemente se perdió”
“Tenemos la mina hoy. Lo mejor para Panamá hubiera sido nunca tener la mina. Si hubiera habido organizaciones de base de la zona, no se hubiera ejecutado ese proyecto, esa fue una batalla que, reconozco con mucho dolor, perdimos”, precisó.
Reiteró que las organizaciones de base son cruciales -cada vez hay más en el país- pues han permitido que áreas en la provincia como Bocas del Toro, Veraguas y Darién no hayan sido destruidas en su totalidad.
Sobre el papel que desempeñan los jóvenes, Sucre destacó la energía con la cual se han querido involucrar a través del trabajo voluntario, aunque señaló que a las organizaciones les cuesta involucrarlos, debido al tiempo que requiere invertirse para entrenar a un voluntario y a la dotación de los herramientas y equipos para realizar su trabajo.
“Hay muchas oportunidades de voluntarios y mucha gente haciendo el trabajo. Ahora mismo, con el coronavirus y las finanzas difíciles, casi todas las organizaciones ambientales se están apoyando en voluntariados”, sostuvo Sucre, quien puso como ejemplo la labor de los voluntarios en el centro de la Fundación Avifauna ubicado en Gamboa, y de los voluntarios virtuales en el valle del Mamoní.
“Sentimos mucha participación virtual, a nosotros nos encanta la participación de los jóvenes, para ellos es sumamente fácil trabajar el tema de las redes”, consideró Sucre, quien expresó su interés en que visiten los ecosistemas, porque “nada, nada reemplaza que la gente visite el mar, el bosque, los ecosistemas y sientan la naturaleza, eso no lo reemplaza una pantalla”.
Como balance, Sucre pondera la gran esperanza de ver a la gente joven preocupada por el cambio climático, los bosques urbanos, de evitar la contaminación. Esas son preocupaciones y causas que movilizan a la gran mayoría de gente joven.
Al final, Sucre rememora dos grandes gestas ambientales: el rechazo de la carretera Boquete-Cerro Punta y la protección del Parque Nacional Coiba, hoy Sitio de Patrimonio de la Humanidad.
Otra visión
Mayté González presenta otra perspectiva. Para la abogada y especialista en ambiente y desarrollo sostenible “aunque en Panamá no estamos formados en una cultura de voluntariado, afortunadamente el número de voluntarios va en aumento”. Considera que si bien usualmente los voluntarios ambientales son jóvenes, también hay una gran oportunidad en el voluntariado de las personas adultas y mayores con experiencia, que quieren contribuir al desarrollo sostenible.
González ha tenido una destacada labor en la sociedad civil: estableció en Panamá la Fundación Marviva, además fue directora ejecutiva de la oficina de The Nature Conservancy en Panamá; y actualmente es directora ejecutiva de la Fundación Wetlands International y consejera del Fondo Verde del Clima-GCF.
“El voluntariado implica que cada uno sea un voluntario. En la medida que lo que yo haga en mi metro cuadrado incentiva a otra persona positivamente, eso también es voluntariado”, explicó.
Manifestó que todos los roles son importantes, desde el que hace política, hasta el que participa desde la sociedad civil o desde las empresas. “Todos los esfuerzos son importantes y valiosos para avanzar hacia un desarrollo sostenible”, precisó, y en este punto habló de la importancia de que las organizaciones ambientales trabajen colaborativamente y que haya una integración para que puedan acceder a más fuentes de financiamiento.
“Hay muchas cosas que hacer, y me parece arrogante y abusivo esperar que la gente pase de la conciencia ambiental a la acción sin que nadie lo oriente, y esa orientación es un rol clave de las organizaciones ambientales. Hay que formar cuadros de liderazgo ambiental”, sostuvo.
González destacó el impulso que se dio en materia de legislación ambiental durante la década de los años 90, y consideró que se ha bajado la guardia y se ha dejado toda la iniciativa a los diputados.
“Hay que retomar con fuerza el trabajo de actualizar el marco legal ambiental”, consideró González, quien agregó que por esta debilidad “es que nos estamos quedando sin atender los problemas de las grandes transformaciones que requiere el modelo de desarrollo del país”.
Mencionó, por ejemplo, que cómo es posible que al día de hoy todavía se siga hablando de la “conquista del Atlántico”, cuando en todo caso habría que hablar de una restauración del Atlántico, y no repetir los mismos errores del modelo de desarrollo que se ejecutó en el Pacífico.
Enfatizó que más allá de solamente buscar soluciones administrativas a los problemas ambientales, es necesario avanzar hacia una nueva economía verde, inclusiva, baja en emisiones y resiliente al cambio climático.
“Aquí hay una debilidad: si como ambientalistas no incidimos en la planificación de las transformaciones estructurales que requiere el país, otros realizarán esa planificación y seguiremos con el desarrollo insostenible que ha generado las desigualdades que hoy vivimos”, puntualizó Mayté González.