La brecha entre apariencia y realidad. Así podría describirse la situación económica de Panamá, un país que en el papel luce como una potencia en ascenso, pero cuya población sigue padeciendo graves problemas sociales. Según el más reciente Informe de Desarrollo Humano del PNUD, Panamá ocupa el puesto 57 entre 189 países en desarrollo humano. Sin embargo, la desigualdad es abrumadora: el 10% más rico acapara el 39% del ingreso nacional, mientras el 30% más pobre apenas llega al 7%. Esto coloca a Panamá como el tercer país más desigual de América Latina. A simple vista, las cifras macroeconómicas de Panamá parecen espectaculares. Con un crecimiento promedio del 6% en la última década, bajos niveles de desempleo (alrededor del 6%) y una deuda externa controlada, el país atrae inversiones y es considerado un centro financiero internacional.
Pero estos indicadores engañosos ocultan problemas estructurales graves. Uno de ellos es la informalidad laboral. Aproximadamente 45% de los panameños trabaja en la economía informal, sin acceso a prestaciones laborales ni protección social. Esto perpetúa la pobreza y la precariedad. Otro tema preocupante es la falta de diversificación económica, Panamá sigue dependiendo en gran medida del canal, el sector servicios y la banca, sectores que generan poco empleo formal.
La economía de papel también ignora el impacto ambiental del acelerado crecimiento. La expansión urbanística y de infraestructura se realiza a costa de ecosistemas frágiles como manglares y bosques tropicales. El acaparamiento de tierras para megaproyectos debilita a comunidades campesinas e indígenas.
En conclusión, el espejismo del éxito económico dista mucho de la realidad que enfrenta la mayoría de los panameños. Sin una política económica que corrija las desigualdades estructurales y diversifique la economía, los rankings y elogios internacionales serán sólo tinta sobre papel. Es hora de que los beneficios del crecimiento lleguen a todos los sectores de la sociedad panameña.