La inesperada sinfonía del reguetón

En una era donde la música es tan diversa como las especies en la Amazonía, emerge el reguetón, un género que, irónicamente, parece tener menos variedad que un menú de dieta estricta. Este fenómeno musical, que oscila entre el ritmo repetitivo y letras que desafían la poesía de una lista de supermercado, no es solo un estilo; es un espejo de la sociedad que lo consume. La manada que convulsiona bajo el monótono escándalo y las vulgaridades, no puede ser muy distinta al descerebrado que aúlla desde la tarima.

Como sociólogo y psicólogo aficionado, me embarco en este intento de desentrañar el enigma: ¿por qué el reguetón, con su aparente pobreza musical, es tan popular? ¿Será que refleja una pobreza neuronal que es herencia común en    los fanáticos? Permítanme llevarlos a través de una serie de análisis y especulaciones irónicas, con la esperanza de no ofender a demasiados en el camino.

La Paradoja Musical

Imaginen un mundo donde el reguetón no es solo música, sino una asignatura en la escuela. El maestro entra y anuncia: «Hoy, niños, aprenderemos la complejidad de la profunda obra musical de Bad Bunny'». Los niños, emocionados, sacan sus cuadernos esperando iniciar un viaje de descubrimiento que los lleve a desentrañar el portento musical y la poesía de “Uh, desde que nos vimo’, pienso en cómo nos comimo’, ey / Después dividimo’, cada cual por su camino”.

Detrás de este ritmo hipnótico, se dice que hay una estrategia. Sí, amigos, más allá de convertir la estupidez en una nueva pandemia, el reguetón es como ese juego de ajedrez donde todos los movimientos son un jaque mate al buen gusto. Pero, ¿es esto malo? La popularidad del género sugiere que hay algo más, y es cierto: más allá está la ley del menor esfuerzo que, como la de gravedad, rige al mundo. La vulgaridad es una cuesta abajo, el buen gusto musical es una senda hacia una cima, más alta que el ras de tierra.

El Efecto Psicológico

Aquí, en nuestro laboratorio imaginario, observamos a un grupo de individuos escuchando reguetón. Notamos una disminución en la actividad cerebral… pero espera, ¿es esto malo? Los fanáticos argumentarían que esta es una liberación, una forma de desconexión. ¿No es eso lo que todos buscamos después de un largo día de trabajo? Quizás el reguetón sea ese escape necesario de la complejidad de la vida, un oasis en el desierto de la cotidianidad. Sin duda alguna, el regguetón es una desconexión absoluta de las ideas, de la poesía, de la belleza de acordes que, antaño, eran requisitos obligatorios en la industria musical.

La Conclusión Irónicamente Esperanzadora

Al final del día, ¿qué nos dice el reguetón sobre nosotros? ¿Somos una manada de seres con pobreza neuronal? Prefiero pensar que somos seres en busca de simplicidad en un mundo complicado. El problema es que el ansia de simplicidad se ha exagerado hasta el infinito y llegó a convertirse en un burdo simplismo. El reguetón, con su ritmo monótono y letras predecibles, nos ofrece un respiro: la oportunidad perfecta para desconectar el cerebro -si es que alguna vez estuvo conectado-. Y en una era de tecnología e inteligencia artificial, un cerebro desconectado no es buen presagio respecto a la sobrevivencia de la especie humana.

Queda, entonces, flotando en el ambiente la pregunta definitiva: ¿es el regguetón alguna de esas apocalípticas plagas que preceden al anunciado final de la humanidad y de la civilización? Pensemos en eso, bien desconectados, mientras escuchamos “Cuando estoy encima de ti, de ti /
Mami, yo me olvido de todo, de todo…”

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