La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) ha identificado tres tendencias que están transformando profundamente el presente y futuro de la educación. La más impresionante es el auge de las nuevas tecnologías, entre ellas la inteligencia artificial, que le han dado un vuelco a la naturaleza del trabajo y a las habilidades necesarias para encajar en el nuevo escenario laboral. La otra es la diversidad de la masa estudiantil, que reclama gestores educativos más receptivos a los talentos y a las necesidades de los alumnos. Y la tercera es la necesidad del aprendizaje permanente, requisito fundamental para actualizarse y mantenerse al día respecto a las exigencias de un mundo cuya velocidad de cambio es vertiginosa.
En la misma medida que el mundo se vuelve cada vez más complejo, la educación, por su parte, adquiere mucha mayor importancia para el crecimiento económico, social y personal del individuo. Se constituye en una herramienta poderosa para disminuir la pobreza y para lograr sociedades más saludables, porque un ciudadano mejor educado tiende a participar más activamente en la vida cívica de sus comunidades.
En Panamá resulta alarmante el índice de deserción escolar alcanzado en el año lectivo 2022. En el nivel primario, 12 mil 408 niños abandonaron la escuela; la pre media perdió 3 mil 409; mientras que en la media la deserción ascendió a 4 mil 293 jóvenes. ¡Un total de 20 mil 110 estudiantes dieron la espalda, el año pasado, a la posibilidad de un mejor porvenir! Tomando en cuenta que en el 2019 la cantidad de jóvenes que ni estudian ni trabajan (ninis) era de 259, 748; y que, luego de la pandemia, el número se estima en unos 400 mil; con estos 20 mil que se suman al abandono escolar las dimensiones de la crisis adquieren dimensiones descomunales. El país no puede continuar indiferente ante este desastre.