Pensar que la tecnología, por sí sola, eleva automáticamente la calidad de la educación, es llamarse a engaño. Aquella es únicamente una herramienta más; muy poderosa ciertamente, pero que representa una pequeña parte de la ecuación donde los educadores de primer nivel, los planes de estudios actualizados y efectivos, y los entornos educativos apropiados resultan fundamentales para asegurarle a los jóvenes una educación de calidad.
La historia nacional reciente en distintas pruebas internacionales ha revelado que nuestros estudiantes padecen graves carencias en matemáticas, ciencias y en sus competencias lectoras. Los pésimos resultados obtenidos podrían tener como causas una baja calidad docente, la falta de acceso a recursos de calidad, los altos índices de pobreza y desigualdad, y la infraestructura escolar inadecuada, entre las más destacadas. Por todo lo cual, creer que el acceso a la internet satelital elevará repentinamente el nivel de la educación nacional es confiar en que el éxito depende del toque de varitas mágicas y no de un esfuerzo concienzudo y muy bien planificado. El proceso educativo es una ecuación compleja cuyos buenos resultados dependen de la atención cuidadosa a todas sus variables.
Por tanto, celebrar la llegada al país de un novedoso servicio de internet espacial como la solución a la grave crisis educativa nacional demuestra que, nuevamente, se le concede más valor a la forma que al fondo. Dentro de un plazo de tiempo perentorio, cuando persistan las carencias de los jóvenes estudiantes, la pregunta obligada será ¿de qué sirvió la tecnología sin un plan integral para resolver los otros problemas pendientes?