País desmembrado

El filósofo y sociólogo francés Emile Durkheim entendía la cohesión social como ese sentimiento de profunda interdependencia entre las personas, la necesidad que tenía el uno del otro para triunfar o sobrevivir. Concebía a esta fuerza como el elemento unificador de los grupos o sociedades contemporáneas. Para que se materialice esta cohesión, sin embargo, resulta necesaria la presencia de ciertas características. Se requiere de confianza entre los miembros; de compromiso con todo aquello que resulta de interés y beneficio común; y, fundamentalmente, se precisa de la transparencia y la confianza en las instituciones. Estas instituciones- sean el presidente, legisladores, jueces, autoridades municipales, policías o cualquier otra- tienen que cumplir con aquello que se espera de ellas, con las funciones que justifican su existencia.

Una fuerte cohesión social, por tanto, hace posible el desarrollo económico y social de una comunidad o país porque al sentirse todos los miembros integrados en igualdad de condiciones, el consenso resultante se traduce en mayor estabilidad y en un esfuerzo continuo para satisfacer los objetivos comunes.

Por ello, esa manoseada estrategia del “divide y vencerás”, muy de boga en nuestros predios políticos, encierra una enorme irresponsabilidad solo comparable al peligro que representa para el futuro inmediato del país. Atentar contra la cohesión nacional- y, por consiguiente, contra el futuro de todos- para favorecer los intereses de algunos pequeños grupos pone en evidencia los estrechos criterios y la poca visión de una perversa casta politiquera que insiste en someter al país a los designios de sus miserables ambiciones: aún a costa de la tan valiosa unidad nacional.