Fuegos fatuos
John William Gardner, quien fuera alguna vez secretario de Salud, Educación y Bienestar durante el mandato presidencial de Lyndon Johnson, demostró tener muy claro el concepto cuando expresó que “los líderes tienen un rol significativo en la creación del estado mental que es la sociedad. Pueden servir como símbolos de la unidad moral de la sociedad. Pueden expresar los valores que mantienen unida a la sociedad. Y lo más importante, pueden concebir y articular objetivos que saquen a las personas de sus preocupaciones baladíes y las pongan por encima de los conflictos que desgarran a la sociedad, y las unan en la búsqueda de objetivos que sean dignos de sus mejores esfuerzos”.
Nada puede resultar más desafortunado que la ausencia de liderazgo creíble y efectivo. Y cuando ocurre que, como consecuencia del vacío de liderazgo, se instala el más ramplón caciquismo con su cohorte de aduladores, las expectativas no pueden resultar peores o más desoladoras. Por ello, a poco menos de un año para las elecciones generales y ya inmersos en la campaña por ganar simpatías electorales, es alarmante la carencia de propuestas medianamente consistentes que procuren articular una visión de futuro para – por lo menos- los siguientes cinco años. Esta deficiencia se ha compensado con los más absurdos y ridículos episodios alimentados de la tradicional demagogia que mueve desde siempre a la política del patio.
Sobran los mamarrachos populistas, mientras se echa en falta un liderazgo íntegro, con la credibilidad suficiente para unir a la nación en un proyecto común: lo suficientemente inspirador como para bosquejar un destino en el que coincidan todas las voluntades nacionales.