La coherencia no es sino la relación o conexión que existe entre las distintas partes de un todo. En los seres humanos apunta a la correspondencia entre lo que una persona piensa y lo que hace; aunque algunos insistan, equivocadamente, en definirla como la unidad entre lo que se dice y los actos. Y equivocadamente porque la norma en el terreno de la política parece haber establecido que las palabras son un maquillaje, un parapeto tras el que se ocultan las verdaderas intenciones de quien las pronuncia.
La palabra para estos especímenes- los políticos- no obliga a compromiso alguno. Su valor es de estricto carácter oportunista: vale en la medida en que ayuda a manipular, engañar, obtener votos y apoyos requeridos para satisfacer intereses personalistas o alcanzar el poder. Esta devaluación de la palabra ha engendrado la tan penosa situación vigente en la que mentira y política son vocablos sinónimos.
Hace un par de días, otra perla más en el largo collar de la infamia nacional, hizo evidente que la incoherencia persiste en ser la moneda de curso legal en la política criolla. Luego de los lacrimosos discursos pronunciados durante la instauración del nuevo período legislativo, en los que se mostraron preocupadísimos por el extenso rosario de calamidades a los que se enfrenta la masa popular, vino la bofetada perversa mostrando en realidad lo poco que les importa las angustias, problemas, y el destino de un país abatido por la pandemia. Luego del evento protocolar no faltó el majestuoso banquete salpicado generosamente con bebidas cuyos precios superan los 400 dólares cada botella. Volvió a reinar la desvergonzada indiferencia y el desprecio que realmente les inspira la situación de quienes les confiaron su voto.
El gesto no pudo ser más elocuente. Olvidan que esta falta de coherencia alimenta el descontento popular y es la que enciende la mecha de la inestabilidad social que, desde hace rato, asoma el colmillo desde distintos puntos del país.