¿Se desmoronan las democracias?, es la pregunta que, como uno de los jinetes del apocalipsis, recorre el sombrío panorama actual de Latinoamérica. Aún no, responden algunos estudiosos del área, pero el proceso parece estar en marcha; el sistema democrático no goza de buena salud, agregan como advertencia.
En el informe Estado de la Democracia de las Américas 2021, presentado en enero de este año en la capital chilena, se detectan 10 grandes riesgos políticos que representan una amenaza para América Latina y no resulta sorprendente que el primer lugar en orden de importancia lo ocupe precisamente la ‘erosión democrática’. Las conclusiones de este reporte caminan de la mano con los llamados de atención de la encuestadora Latinobarómetro que señaló, hace poco, que la mitad de los latinoamericanos mostrarían tolerancia hacia un gobierno no democrático que resuelva sus problemas.
Por otra parte, el demoledor informe anual de la revista The Economist no hace sino confirmar el preocupante desgaste de la escena democrática. Según este estudio, el índice de la democracia global cayó de 5.37 en 2020 a 5.28 en el siguiente período de doce meses: la mayor caída registrada desde el año 2010. En esta debacle global destaca América Latina, donde la democracia se precipita vertiginosamente y de manera sostenida durante los últimos seis años. Para 2021, la región presenta el mayor y el más contundente deterioro democrático desde que la revista inglesa comenzara la publicación de este reporte anual.
La falta de apoyo de la opinión pública y la falta de eficiencia y efectividad de los gobiernos para resolver los problemas y cumplir las promesas hechas a la ciudadanía, alimentan el descontento vigente en el área. Si los líderes políticos pretenden revertir el alarmante deterioro democrático, tendrán que dejar de hablar y actuar más efectivamente. Para ello, se verán obligados a trabajar más eficientemente para brindar soluciones a los retos nacionales y asegurarse que la democracia ofrezca los beneficios prometidos a la ciudadanía. Además, tendrán que garantizar sistemas de justicia independientes, al igual que medios de comunicación verdaderamente críticos y libres, así como una ciudadanía participativa y atenta, elementos todos que resultan fundamentales para la construcción de la tan necesaria institucionalidad democrática. Sin olvidar, claro está, una permanente rendición de cuentas a todos los sectores nacionales.
Para sobrevivir, el sistema democrático exige menos discursos floridos y más acciones concretas.