En 2013 China anunció su macroproyecto bautizado como “La nueva ruta de la seda” con el que pretende consolidar su hegemonía mundial a través de un “generoso” entramado de inversiones alrededor del mundo y que ya se ha manifestado en la construcción o el mejoramiento de carreteras, ferrocarriles, represas y puertos que dan testimonio de la grandiosa “filantropía” del gigante asiático en más de un centenar de países. La sombra de este dragón moviéndose a lo largo y ancho de los cuatro puntos cardinales, ha levantado las señales de alerta entre las otras potencias asiáticas y, más aún, en los países occidentales.
Estados Unidos lanzó como reacción su plan “Reconstruir un mundo mejor” (Build Back Better World), evidentemente preocupado por la cada vez más creciente influencia global de Pekín, sobre todo en las cercanías continentales.
Desde Bruselas, por su parte, La Unión Europea dio a conocer a principios de diciembre su plan “Pasarela Mundial”, con el que pretende movilizar unos 300 mil millones de euros para invertir en ayudas e infraestructuras en África, el sudeste asiático y en Latinoamérica, como una “verdadera alternativa” ante las intenciones chinas. “La COVID-19 ha demostrado el grado de interconexión del mundo en que vivimos. Como parte de nuestra recuperación mundial, queremos volver a planear la manera en que conectamos el mundo para avanzar mejor. El modelo europeo consiste en invertir en infraestructuras tanto duras como blandas, en inversiones sostenibles en los ámbitos digital, del clima y la energía, el transporte, la salud, la educación y la investigación, así como en un entorno propicio que garantice la igualdad de condiciones. Daremos apoyo a las inversiones inteligentes en infraestructuras de calidad, respetando la normativa social y medioambiental más exigente, de conformidad con los valores democráticos de la UE y las normas y estándares internacionales”, manifestó al respecto Úrsula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea.
En medio de los escombros que hasta ahora deja la pandemia, estos dos nuevos planes resultan invaluables oportunidades para la recuperación tan añorada, sobre todo por Latinoamérica, que resultó una de las áreas más golpeadas por la crisis sanitaria. Sin embargo, en este nuevo escenario mundial, las ventajas para calificar y ganar el apoyo de estas prometedoras iniciativas las tienen los países que además de requerir de las ayudas, tengan en claro y muy bien definidas las metas de desarrollo hacia las que quieren avanzar y las estrategias que pretenden seguir para alcanzarlas. Nadie, en su sano juicio, abordaría una barca que se lance a la mar sin un puerto de arribo establecido antes de iniciar el viaje; y, menos aún, nadie asumiría riesgos para patrocinar tan imprudente aventura. Una visión nacional es el nuevo pasaporte para viajar hacia el futuro.