Al doblar la esquina

Nunca como ahora fue más claro el diagnóstico: la exclusión, las desigualdades sociales y la corrupción- entre muchas otras lacras- gangrenan la vida en comunidad y las mayorías alrededor del mundo levantan su voz para hacer patente su inconformidad.

Durante los últimos quince años, según establece un estudio de la Fundación Friedrich Ebert de Nueva York, han aumentado y continúan haciéndolo las manifestaciones por “demandas razonables”; entre 2006 y 2020 fueron documentados casi 3 mil levantamientos populares en cerca de 101 países alrededor del mundo y destaca que en dicho período se dieron unas cincuenta manifestaciones en las que participaron más de un millón de personas: como las ocurridas en la India, donde unos 250 millones de campesinos se opusieron férreamente al plan de liberalización de la agricultura.

Después de los reclamos económicos, la corrupción es la segunda causa que genera inconformidad alrededor del planeta. El descontento global, además, abarca desde la justicia económica hasta las medidas restrictivas impuestas a causa de la Covid-19, pasando por el fracaso de la representación política o de la democracia, los derechos civiles, la brutalidad policiaca, los derechos laborales, el racismo, la violencia de género, la mala gobernanza, el liderazgo político obsoleto e ineficiente… y la lista continúa.

En el 2019, la mecha encendida del descontento se expandía por las naciones del norte y del sur, así como también por los países árabes y las democracias occidentales, cuando repentinamente apareció el nuevo coronavirus y puso en suspenso todo el escenario. La pandemia vino a remarcar las deficiencias y las debilidades del sistema y lanzó más combustible aún al fuego de las decepciones y del descontento mayoritario. Los gobiernos aprovecharon, bajo la excusa de controlar la ola de contagios, para restringir las libertades, los derechos ciudadanos e instaurar nuevas medidas de control más allá de lo necesario.

Latinoamérica no ha sido la excepción. Aún siguen frescas en la memoria las imágenes del descontento puesto sobre el tapete a lo largo y ancho de la región, esta vez en contra de las medidas restrictivas, de la pobreza, el hambre y el desempleo que se extiende como una fatídica infección: desde México hasta Argentina, pasando por Colombia, donde el hastío quedó resumido en la frase “el hambre no se ha ido de cuarentena”.

Ante una pandemia sin visos de desaparecer, de un sistema de representación política carente de la confianza ciudadana, de una debacle financiera cuya sombra de hambre y desempleo amenaza a las grandes mayorías latinoamericanas, no queda sino esperar que el futuro que espera al doblar la esquina llegará con una monumental y estremecedora carga de inconformidad y protestas. Las calles del continente retumbarán bajo el peso de las exigencias ciudadanas.

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