Adictos y con problemas psicológicos, muchos jóvenes en el norte de Nigeria se asoman a un panorama desolador.
Las denuncias de abusos llevaron al cierre de numerosos centros informales de rehabilitación, pero los dejaron sin apenas opciones para tratarse.
Con la falta de recursos sanitarios públicos, el tratamiento de las adicciones o los problemas mentales solía recaer en escuelas islámicas informales que el año pasado fueron mayoritariamente cerradas bajo acusaciones de «centros de tortura».
Pero en una zona conservadora, donde los problemas mentales se vinculan a espíritus malignos y generan estigma para sus familias, muchos padres se ven en la tesitura de devolver a sus hijos a centros clandestinos o encerrarlos en casa.
«Si pudiera, no dudaría en atar a mis tres hijos en casa si eso los mantiene alejados de las drogas».
Así, lo admite Hadiza Musa, una viuda de 55 años cuyos tres hijos fueron liberados de un centro de rehabilitación por la policía.
El año pasado, las autoridades hicieron redadas en decenas de estos centros informales y rescataron a cientos de jóvenes en condiciones denigrantes, encadenados y con cicatrices de los golpes recibidos en esas instalaciones.
Desde entonces, los tres hijos de Hadiza han vuelto a consumir y ella, que no puede permitirse llevarlos a los dos precarios hospitales psiquiátricos públicos de la ciudad, se encuentra desesperada.
«No me importa el trato duro que recibían en los centros de rehabilitación».
«Es menos problemático que tenerlos deambulando por las calles tomando droga», dice la viuda de 55 años.
«No tengo forma de controlarlo y eso me provoca noches de insomnio y ansiedad», asegura la mujer.
250 psiquiatras para 200 millones
El consumo de drogas está muy mal visto en el conservador y mayoritariamente musulmán norte de Nigeria, donde la ley islámica convive con las leyes federales.
Los drogadictos, las personas con enfermedad mental y los jóvenes delincuentes suelen terminar en los mismo centros de rehabilitación de estas escuelas islámicas, que cuentan con nueve millones de estudiantes en el norte del país.
En el estado de Kano, las autoridades desplegaron un equipo antinarcóticos para luchar contra el alto consumo de drogas de los jóvenes, ya sea marihuana, codeína y otros analgésicos o pegamento esnifado.
Pero el país apenas dispone de 250 psiquiatras formados para una población de 200 millones de habitantes, según la Asociación de Psiquiatria de Nigeria (APN), y sus servicios no siempre son asequibles para todos.
Por ejemplo, Muhammad Adamu no podía pagar la medicación de su hijo de 18 años, drogadicto y enfermo mental ingresado en un hospital psiquiátrico público.
«El hospital lo envió a casa diciendo que su estancia no tenía sentido sin la medicación que yo no podía permitirme», explica Adamu.
Los nigerianos más desfavorecidos suelen recurrir a curanderos tradicionales para tratar sus problemas de salud mental o, incluso tras su cierre, vuelven a acudir a los servicios clandestinos de la red de escuelas islámicas.
‘Solo dos opciones’
El mes pasado, la policía de Kano hizo una redada en una instalación que había estado funcionando clandestinamente durante diez meses y rescató a 47 internos.
Dos personas fueron detenidas sospechosas de «operar un centro de rehabilitación ilegal con residentes encadenados y torturados», dijo el portavoz policial Abdullahi Haruna Kiyawa.
Para Yusuf Hassan, que dirige una organización para reformar estas escuelas islámicas, la población seguirá usando instalaciones informales hasta que el gobierno no ofrezca una alternativa.
«Nadie que tenga acceso a psiquiatria convencional llevará a su hijo o familiar a un centro de rehabilitación poco ortodoxo que el gobierno ha prohibido», dijo Hassan.
Y ante el estigma que supone la enfermedad mental en esta sociedad, las familias que no pueden permitirse un tratamiento, suelen encerrar a los enfermos en casa.
«La gente se queda con solo dos opciones: llevar a sus familiares enfermos a centros de tratamiento clandestinos o encadenarlos en casa», asevera Hassan.
Desde el año pasado, las autoridades han liberado varias personas con problemas mentales encerradas en casas en condiciones insalubres.
En agosto del año pasado, la policía en Kano rescató a un hombre de 55 años que llevaba 30 años encadenado en una habitación por sus familiares.
Poco después, otro hombre fue liberado tras 15 años confinado por su padre.