Ayer Panamá alcanzó 200 años de historias en común, de luchas y anhelos que nos han llevado por un camino de triunfos y fracasos, de errores y aciertos que han dado forma a lo que hoy somos: una nación diversa, que ha hecho suya una gran herencia cultural venida de todos los puntos cardinales, la cual le infunde un ilimitado potencial en el escenario global según pregonan múltiples voces de incuestionable credibilidad.
Veinte años no es nada, cantó alguna vez el zorzal criollo Carlos Gardel en su inolvidable tango Volver; doscientos años ya son otra historia. Son dos centurias de aprendizaje constante, de correcciones de rumbo y de una larga historia legada como patrimonio para que las generaciones actuales perfeccionen y construyan ese país que ha surgido y llenado las vigilias de infinidad de patriotas, de idealistas que a lo largo de este bicentenario han creído en nuestra capacidad de elevarnos por encima de las pequeñeces y alcanzar un más grande destino.
Desde los sueños libertarios y de unidad continental de Bolívar, una que otra guerra acompañada de gestas separatista para buscar el camino propio, hasta pasar por períodos oscuros de autoritarismo militar, entre muchos eventos; la senda ha sido larga y accidentada. Tan accidentada como el escenario actual, donde una pandemia global siembra la incertidumbre en todos los rincones del globo y del país también. Sumado a ello, el decaimiento de la institucionalidad nacional, los procesos políticos carcomidos por la mediocridad y por intereses ajenos al servicio público, y la disgregación social que reinan en el presente; todo parece poner el jaque el devenir del país.
Nunca como ahora resultó más oportuno recordar las palabras pronunciadas por Ernest Renán en su conferencia de 1882 en la Sorbona: “Lo que constituye una nación, no es ni el hablar una misma lengua, ni el pertenecer al mismo grupo etnográfico, sino el poseer en común grandes cosas en el pasado, y la voluntad de hacer otras en lo futuro.”
Esas grandes cosas en el pasado a las que se refería el francés las tenemos en nuestro legado histórico común. Precisamos ahora restaurar esa voluntad general de “hacer otras en el futuro”; construir un nuevo sueño compartido donde exista un espacio de participación, oportunidades y beneficios para todos. Para ello, primeramente, estamos obligados a superar las pequeñeces, las diferencias y las miras estrechas y, luego, establecer una visión del país donde queremos coexistir en el plazo de, al menos, los próximos 25 años. El tren echó a andar hace mucho ya; depende de nosotros no quedar tirados a orillas de las vías.