Hablar de un paradigma es referirse a algo que sirve de ejemplo y que resume una visión o una perspectiva. En trazos generales alude a un modelo, a un modo de percibir el mundo y, por tanto, de accionar dentro de él. La historia del progreso humano, desde sus inicios hasta el presente, es la historia de la constante creación y recreación de esos paradigmas. La ciencia, sobre todo, funciona alimentada por ellos: desde la teoría geocéntrica de Ptolomeo y la heliocéntrica de Copérnico hasta la teoría de la relatividad de Einstein y la mecánica cuántica, pasando por la teoría de la gravedad de Newton y la de la evolución de Darwin, todos constituyen hitos impulsores de la permanente carrera perfeccionista de la humanidad.
El resto de las actividades conocidas se mueve, también, gracias a esos modelos. Desde el arte, la economía, la gestión empresarial, la medicina y, por supuesto, la política con su enorme poder para transformar los escenarios mundiales.
En la política tenemos antecedentes de enorme repercusión por el poderoso cambio que impulsaron en su momento: como la perestroika y la glasnost de Mijail Gorbachev, componentes de un dramático programa de reformas que terminaron por impulsar la caída del muro de Berlín y la desintegración de la Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas. Estos dos hechos dieron un notable impulso y fortalecieron en el pensamiento global los ideales democráticos y el libre mercado. El mismo año de la caída del muro, Lech Walesa y su sindicato independiente Solidaridad se enfrentaban a la opresión reinante en Polonia y hacían resonar por toda Europa, desde los astilleros de Gda?sk, un nuevo paradigma libertario: se lograban las primeras elecciones parcialmente libres luego de décadas de sometimiento comunista.
En el presente, la irrupción de la pandemia del nuevo coronavirus amenaza con imponer nuevos modelos para percibir e interactuar. Los riesgos de contagio ya alteran algunos usos cotidianos fuertemente arraigados como el apretón de manos, los abrazos y las visitas amistosas. La fractura de las rutinas cotidianas y el descalabro laboral y económico provocado por la crisis sanitaria exige nuevos usos y percepciones, nuevos modelos de actuación y gestión si se pretende superar el desastre.
Sin embargo, aquellos llamados ofrecer nuevos paradigmas y nuevas visiones nacionales, continúan empantanados en los manejos arcaicos, aferrados a los conceptos y las prácticas con las que, durante decenios, han construido las estructuras políticas que alimentan la corrupción, la ineficiencia y el fracaso que hoy se potencian gracias al virus. Nuestra clase política permanece sorda al ruido de trompetas que anuncia el final de las prácticas vigentes antes del 2020 y sumergida en sus intereses parasitarios no se percata que, en esta época de cambios, será arrollada y borrada del escenario por los nuevos paradigmas que se impondrán a lo largo y ancho del globo. Un nuevo escenario requerirá de nuevos actores.