Don Marcelo llegó muy acicaladito al Trapiche de la vía Argentina en la ciudad de Panamá. Se sentó en una de las mesas en la parte exterior del negocio y esperó a que llegara alguien a tomar su pedido. Don Marcelo siempre se la pasa por El Prado, Manolo’s, el Minimax y El Boulevard. Esta vez prefirió El Trapiche. Allí al rato se le unirían otros viejos conocidos.
Se acercó el mesero y preguntó: -¿Qué le servimos don Marcelo? ¿El filete de pollo que a usted le gusta? -Por supuesto. Ese filete es una delicia. Me lo trae con yuca al mojo, pero antes me sirve una CocaCola con bastante hielo. Este calor es infernal y cada día se pondrá peor.
El mesero tomó el pedido y al ratito trajo la CocaCola y empezó de nuevo el ritual con don Gregorio, don Raúl, don Jorge y don Elías, los viejos amigos del interior que desde muy joven emigraron a la ciudad capital y ya jubilados, a diario se gastaban el tiempo en tertulias meridianas que muchas veces se extendían hasta cuatro o cinco de la tarde. Los dueños de los restaurantes encantados de tenerlos. Aunque el gasto no era tan fuerte, sí era constante y eso vale. -¿Ya pediste?, preguntó Elías.
-Sí, porque a veces este cocinero se demora más de lo normal y sé que ustedes van a pedir lo del día, así que mejor me adelanté.
Todos, hombres de entre los 60 y 75 años de edad, que vivieron varias épocas y ahora se reunían a remembrar lo ido, comparándolo con las vivencias del presente.
Ya estaban por servir los platos, cuando apareció Román. Llegó medio sudado…
-¿Por qué demoraste?, le preguntó Marcelo.
-Es que vengo de vacunarme, respondió Román. -¿Ya ustedes se vacunaron?, devolvió la pregunta a todos.
-Yo sí, yo también, y yo, respondieron los otros.
Don Marcelo permaneció callado.
-Y tú, Marcelo, ¿ya te vacunaste?, inquirió Elías.
-Para nada… yo esperaré un poco más, respondió don Marcelo.
-¿Y esa vaina? Estás expuesto al bicho, eres un hombre de tercera edad y ¿no te vas a vacunar todavía? No entiendo esa vaina, le recriminó Elías.
-Mira y observa bien… ¿Recuerdas cuando empezaron a salir los pollos criados en granja?, preguntó Marcelo.
-Por supuesto, respondieron los otros. Nadie comía esa vaina cargada de hormonas, fue el comentario al unísono.
-En mi casa, papá decía que ese pollo volvía cueco a los hombres. Nadie comía esa vaina. Las gallinas se criaban en la casa y esa era la que comíamos, remembró Marcelo.
-Sí, es verdad, ese era el comentario. Comer pollo volvía cueco…, remachó Jorge.
-Por eso yo no me vacuno. Mejor espero, justificó Marcelo.
Todos quedaron perplejos. Ya se habían vacunado y recordaron lo que pasó con los pollos de granja.
Román, que fue el último en llegar y recién vacunado, se quitó la curita redonda que cubría el pinchazo y como queriendo sacar el líquido de su brazo izquierdo, se sentó frustrado y sudando copioso.
Elías, Gregorio y Jorge también estaban cabizbajos. Ninguno recordó lo de los pollos de granja y, por el contrario, habían caído redondito con el experimento de las vacunas contra el coronavirus.
El mesero trajo la comida del día: Sopa de res, arroz con guandú y carne en ropa vieja y tajada de plátanos maduros. La fue sirviendo a cada uno, menos a don Marcelo.
El mesero regresó a la cocina y trajo el pedazo de filete de pollo con yuca al mojo para Marcelo, quien ni esperó que colocaran bien el plato en la mesa, cuando ya le metía diente.
Los amigos quedaron perplejos. ¿Cómo Marcelo disfrutaba un pedazo de pollo de granja y ahora no se vacuna?
Viendo que todos no le quitaban el ojo de encima, don Marcelo espetó: -¿Y ustedes qué miran?
-¿No que el pollo de granja volvía cueco?, le repreguntaron al unísono…
-Sí, en efecto sí, respondió Marcelo. -Ustedes pueden ver los resultados. Mire cómo ha salido el cueco; los hay por montón… Todos esos comieron pollo de granja. Ahora bien, eso fue al principio, porque después el alimento de pollo se fue mejorando y ahora el pollo es bueno. Eso mismo pasará con la vacuna. Al principio es experimental… Quizás a ustedes los vuelva maricones o se les baje el plátano… Yo por eso prefiero esperar hasta que la vacuna sea apta, así como el pollo de granja. Pero a esta altura de mi vida, volverme cueco no es fatal. Hasta es orgullo. Lo que si no quiero averiguarlo y por eso ni por la pijolina voy al urólogo.
Todos soltaron la carcajada y disfrutaron una amena tarde, como siempre, recordando los pollos de granja y los mitos de la gente, igual que hoy pasa con la vacuna.