Por estos días de 24 horas que parecen semanas de un día, he encontrado de todo, cosas que no estaba buscando y las que había dado por perdidas han regresado. He escuchado música que no oía en años, y hoy siento que son como estrenos. No me gustan las fotos, y las que he visto durante estos meses han servido para convencerme de que mi pandemia empezó hace rato. Están los días que se parecen y los que uno quisiera desaparecer. Cada cosa que pasan los noticieros marca una hora, y según lo que suceda así será archivada. Algunas etiquetadas con un “mejor es olvidarla”.
Y así con lo que ha pasado bien podríamos hacer un álbum de la pandemia, en el que cada página tendría su figurita estrella, esas las más caras y difíciles de tenerlas. La portada sería como la de los mundiales, México 70, España 82, Rusia 18, este sería Covid 19. ¿Quién saldría en la portada?, ¿cuántas páginas de escándalos tendría y cuántas figuritas se necesitarían para llenarlo? Lo peor pienso que no se ha visto todavía, es lo que creo al ver los informes y lo que sucede por otros lados. No puedo decir que esto de los encierros ha sido bueno, digamos que hay que verlo como un costoso mal necesario, y a fuerza de ser sincero quiero creer que todo lo que hagamos mientras dure esta crisis tendrá sus resultados.
Pasados tantos meses dentro de una rutina monacal, la soga se hizo nudo cuando despertamos con la noticia de que habían llegado las vacunas. ¡Cuántas llegaron, cuántas llegaron… y dónde están las demás! La cara nos quedó del color del avión que las trajo, medio Panamá se sintió embaucado. Qué puede ser peor que esta pandemia: la insoportable liviandad con la que se está enfrentando. Esto lo opaca todo. Disimulo mi frustración diciendo no todo puede ser tan malo, al menos ya tenemos algo. Con estas vacunas iremos a la guerra. Puedo criticar todo, pero quiero pensar mejor en los resultados, así estoy de preocupado.
No demoramos en enterarnos de que esta crisis podía ser peor. Solitos fueron apareciendo los intrépidos vivazos. ¿Alguien pensó que iba a ser distinto? La actitud de estos oportunistas relegó a segundo plano tanto la llegada de las vacunas como la cantidad recibida. Ni son todos los que están, ni están todos los que son. No se hablaba de eso, sino de los que se habían aprovechado. La verdad una vacuna no se le puede negar a nadie, pero no son las maneras.
Hay tantos soldados de la salud en el frente, que hoy a su cansancio le suman una gran decepción. No hay siquiera una expresión de arrepentimiento que venga a paliar esta frustración entre colegas. No digamos que haya objeción de conciencia ante lo actuado, porque ya no se puede hacer nada. Ya están vacunados. En fin es la libertad del que puede hacer, y le dejan ser. No llegaron muchas vacunas, pero estas fueron suficientes para enrostrarnos lo que somos, y si hubieran sido más, mayor hubiese sido la pena. Y peor, sin ningún cargo de conciencia. Vergüenza ajena.
El tiempo de la pandemia no se parece a otro, al menos que yo haya conocido, no encuentra uno el gusto a nada. A no ser que algo relevante suceda. No necesariamente algo trascendental, a mí me llegó viendo una película. En medio de esta desgracia, en la televisión pasaban “Hasta el último hombre” (Hacksaw Ridge). Una película buena para verla en Semana Santa, no entre pandemias. Pero me tocó, ya casi de madrugada estaba viendo pasajes de la Segunda Guerra Mundial, exactamente en la isla de Okinawa, Japón, era mayo de 1945.
Este soldado se negaba por razones religiosas a portar arma, para él hacerle daño a alguien era un pecado capital. Matar, por ejemplo. Impensable ir a la guerra solo con el uniforme y protegido con un casco. Pero él quería en el nombre de Dios, servir a su patria. Al ver la trama de este heroico personaje, que existió y fue condecorado con la Medalla de Honor del Congreso, no me quedaba otra que pensar en nuestra propia batalla.
La solución que encontraron sus superiores fue asignarlo al cuerpo médico de la 77 División de Infantería (marines), que fue destinada a la isla de Ryukyu de Okinawa. En ese punto, que era un acantilado de más de 150 metros, se estaba llevando a cabo una operación de asalto para tomar la posición que era defendida por los japoneses. En una de esas refriegas, en la que los marines caían por docenas Desmond Doss, que veía a sus compañeros acribillados, se lanzó a rescatar a todo el que podía. El era paramédico, y así armado solo con su Biblia logró rescatar de la muerte a más de 70 hombres.
A ratos pensaba en los que todos los días van a la guerra contra el coronavirus, no es igual lógicamente, pero en algo se parece: hay muchos valientes. Él se había hecho el firme propósito, guiado por su fe, de no descansar hasta rescatar al último hombre que quedara vivo en el campo de batalla. Y así se jugó la vida, en medio de un infierno, solo por hacer lo correcto.
Hasta el último hombre debe ser atendido, nadie puede darse por descontado en esta guerra que estamos librando. No se puede dejar a nadie a su suerte, ya han muerto demasiadas personas y muchos han sido contagiados. Llega la vacuna, con más razón hay que seguir luchando. Hasta el último hombre ojalá sea vacunado, nadie debe ser discriminado.
Decía Doss, que a él lo que le animaba era ver el rostro de los que salvaba. Se iluminaba el cielo. Es la señal de triunfo, cuando se vence a la muerte. Doss le pedía a Dios siempre, que le permitiera salvar a uno más. Se repetía una y otra vez, uno más Señor, uno más. Esta pandemia dejará recuerdos que incluso la victoria no podrá borrar, la lista es larga y muchas las páginas del álbum. Mientras no haya resultados de que en algo hemos avanzado, seguiremos en medio del fuego, jugándonos la vida esperando que alguien venga a rescatarnos.