La ley es dura, pero es la ley. Podemos estar en contra de ella; podrá causarnos molestia; podemos, incluso, renegar de ella; pero, mientras se mantenga vigente tenemos todos que respetarla y cumplirla.
Ya son demasiado frecuentes los episodios violatorios de las normas establecidas desde inicio de la pandemia. Reuniones y celebraciones no permitidas en restaurantes y similares, exequias realizadas rompiendo las más elementales medidas sanitarias mientras al resto de la población se le prohíbe despedir a sus difuntos, fiestas multitudinarias donde se ignoran todos los protocolos de salud, y salidas con mascotas durante los domingos violentando la restricción impuesta ese día de la semana.
Sumergidos en medio de este desorden, resulta lamentable, cuando hacen acto de presencia, el titubeo de los agentes policiales para hacer cumplir las normas, lo que resulta en el aumento de los incidentes donde las personas- nacionales y extranjeras- no sólo no cumplen con lo que establecen las reglas, sino que, envalentonados por los constantes ejemplos de impunidad ya vistos, irrespetan a los funcionarios que optan por no tomar las acciones pertinentes contra los infractores.
La cancelación de la mayor parte de las restricciones para procurar la reactivación económica, requiere de cada cual la responsabilidad para cumplir con los protocolos sanitarios impuestos para enfrentar con mayores probabilidades de éxito la pandemia. Descuidarse en estos momentos es abrirle las puertas de par en par a la tan temida segunda ola, cuya letalidad ha causados estragos ahí donde se ha dado.
Responsabilidad individual y respeto a la ley. Es lo que se requiere si esperamos salir de la crítica situación sanitaria que nos afecta a todos. Y si la responsabilidad individual no se hace presente, entonces que lo hagan los agentes del orden para que cumplan con el papel que les corresponde. El bienestar de la mayoría no puede estar supeditado a la irresponsabilidad de unos pocos.