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¡Basta ya!
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septiembre 15, 2021

¡Basta ya!

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Las de ayer, en distintos puntos de la geografía nacional, fue un grupo más de las muchas protestas registradas en el prontuario del descontento latinoamericano. Desde Chile hasta México, pasando por Perú, Bolivia, Colombia, Haití, Costa Rica, Nicaragua y ahora Panamá, el entramado de todas estas manifestaciones está tejido por un hilo en común: la ira del ciudadano de a pie provocada por la corrupción y el oportunismo de una clase política dominada por apetitos desbocados y que ya, en el colmo de la desvergüenza, pretende institucionalizar sus lacras y sus retorcidos paradigmas sin importar ni medir las funestas consecuencias que puedan provocar.

Atrás quedó aquella ingenua esperanza de muchos al creer que la pandemia sacaría lo mejor de cada uno y que la virtud desmesurada sería el lazo que nos mantendría a flote- a todos- hasta superar la crisis. Pero, el microscópico virus únicamente logró exacerbar aún más la codicia y avivar el fuego del oportunismo político que por demasiadas décadas ha desangrado a esta parte del mundo.

Creadores indiscutibles del género de la telenovela, donde las más insospechadas e inalcanzables fantasías terminaban por concretarse, una casta indecente terminó por llevar la fórmula a la política convirtiéndola en la lámpara mágica con la cual demasiados inescrupulosos-con sólo frotarla- obtienen acceso inmediato a la riqueza instantánea asaltando el cofre común.

La manifestación deja lecciones iniciales muy claras. La primera y la más importante es que, sin importar las diferencias, superarlas y unirse es el primer requisito para acabar con las pretensiones de quienes añoran arrebatarle el futuro a la nación. En adelante, los que apostaban a la incapacidad ciudadana de fusionarse en un solo propósito intentarán cualquier medio posible para revivir el divisionismo, para quebrar esta naciente unidad que pone en la picota el absoluto desprecio de los políticos por sus electores. Unidad que amenaza, también, su colección de privilegios y sus oportunidades de riqueza fácil; por lo que se requiere mantener, a toda costa, esa unión y el propósito común.

Las reconstrucciones nunca resultan fáciles; menos aún en una situación inédita como la de una pandemia. Pero, la nación y el futuro bien valen el monumental esfuerzo; de ello depende el legado que dejemos a las próximas generaciones: un país donde la convivencia pacífica, la estabilidad y la prosperidad general sean las notas dominantes y no las peligrosas perversiones que un minúsculo grupo intenta institucionalizar.