Manuel Campo Vidal
En solo quince días, el mundo se va cubriendo con nubes negras de incertidumbre muy preocupantes. Es incertidumbre sobre el desencanto ya acumulado. No es solo que ganara Donald Trump, como se veía venir; es que arrasó y dispone del mayor poder que ha tenido nunca un presidente de los Estados Unidos. Concentración de poder en el ejecutivo, el legislativo y manifiesta influencia en el judicial. Y con voluntad declarada de proponer nombramientos explosivos saltándose el control del Senado.
Hay que admitir que cabía una lectura algo tranquilizadora en esa victoria trumpista, por ver algo positivo, porque se apaciguaba el poder insurreccional acumulado -no olvidemos el asalto al Capitolio- que probablemente hubiera provocado graves enfrentamientos, incluso armados, de haber ganado Kamala Harris. Hubo hasta un respiro por el buen tono de la reunión en la Casa Blanca entre el todavía presidente Joe Biden y el electo Donald Trump, garantizando un traspaso de poderes ordenado y tranquilo.
No es solo que ganara Donald Trump, como se veía venir; es que arrasó y dispone del mayor poder que ha tenido nunca un presidente de los Estados Unidos.
Pero los anuncios de nombramientos de Trump estremecen. Hasta sus partidarios lamentan sus decisiones. Al frente del Departamento de Justicia propone a Matt Gates, que nunca fue juez o fiscal, acusado de mantener sexo con una menor y que negó la victoria de Joe Biden. Su propuesta es abolir el FBI. En el Pentágono, el agraciado, para desgracia general, es Pete Hegseth, ex presentador de la Fox News con ideas marcianas, que fue veterano en las fuerzas armadas, pero nunca tuvo cargos en el ejército. Hasta las guerras abiertas peligran. Secretario de Estado, Marco Rubio, el senador cubano-americano por Florida, impulsor de la línea dura en América Latina. Y la Dirección de Inteligencia, la quiere confiar a la señora Tulsi Gabbard, a la que se acusa de simpatía con Vladimir Putin, porque recibió una cobertura mediática positiva de los medios estatales rusos en uno de sus procesos electorales. Por si fuera poco, como secretario de Salud, ha elegido al antivacunas Robert F. Kennedy, lo que ha indignado a los científicos. Así que Trump, antes de empezar su segundo mandato, ya tiene profundamente preocupados a jueces, militares, diplomáticos y médicos con alarma declarada de algunos senadores republicanos. ¡Cómo estarán los demócratas y cómo podemos estar el resto del mundo! Solo Israel festeja su victoria, además de las extremas derechas locales, porque cree que acabará de borrar a Palestina de la faz de la Tierra, anexionándose Cisjordania y exterminará a los refugiados errantes. Hablar de incertidumbre, no es más que un eufemismo para evitar la depresión.
Pero los anuncios de nombramientos de Trump estremecen. Hasta sus partidarios lamentan sus decisiones.
Frente a ese desafío de la nueva época no cabe consuelo en una Europa fuerte unida ante el vendaval, porque de momento ni siquiera es capaz de forjar una nueva Comisión con Úrsula von der Layen al frente. Había un acuerdo entre democristianos, socialdemócratas y liberales, con apoyo incluso de Giorgia Meloni, pero intenta dinamitarlo una coalición: la que forma el resentido Manfred Weber, dolido porque doña Úrsula le ganó la partida, y el popular español Núñez Feijóo, empeñado en vetar a Teresa Ribera para tapar el desastre de su barón Carlos Mazón en Valencia. Todo está conectado. Hasta la mortífera DANA mediterránea causa estragos políticos en Bruselas. Por no hablar de la tormenta de bulos que asoló España: “una tormenta perfecta de desinformación”, como la define Glenn Kessler, director de verificación de falsedades de The Washington Post.
Entretanto, la Cumbre Iberoamericana languidecía en Quito, muy debilitada por las ausencias, con la voz del rey Felipe VI clamando por la unidad. Vendrán tiempos mejores; esperemos, porque peores no es fácil. Aunque no imposible.