John A. Bennett Novey. Empresario, piloto y exdirector de Aeroáutica Civil
El Estado somos todos que, unidos con el propósito de conducir los asuntos comunitarios, elegimos a un presidente, a diputados y representantes que organizan y dirigen gobiernos dispuestos para gobernar mediante normas, estudios y prácticas que deben dar legitimidad al mandato delegado; pero según parece y es la naturaleza del mundo, “del dicho al hecho a un inmenso trecho” y a través de las centurias pareciera que no vemos o no queremos ver lo fácil que resulta para tantos adoptar una teología política que en vez de ofrecer legitimidad en la conducción de la cosa pública, terminan adorando al falso dios del bacanal.
Y, aunque me duele usar el término “teología” para referirme a las fiestas macabras de Baco, dios romano del vino, de la parranda y la orgía ¿acaso no es esta la mayor fiesta que adoramos en el país? ¿la fiesta del carnaval?; palabrita que viene de la carne y la carnicería, que derivan en sangre con el propósito de levare o lavar, levantar la carne antes de la cuaresma. La pregunta es si ¿en realidad logramos lavar y apartarnos del desorden o si nos entregamos al mismo?
Es rara la persona que al sentarse en la silla del poder, o antes, no se infle como sapo o tamboril espinudo; y que en vez de usar el poder delegado para el bien lo usa para el mal. Y en ello se justifican y abren sus alas al son de un: “robó, pero le dio al pueblo”.
Hoy, con un nuevo gobierno que bien o mal intenta corregir rumbos, nos topamos con la pesada carga del malandar que traemos a cuestas. Y peor cuando vemos que no sólo son las falsas autoridades las que caen en la perdición, sino que van de la mano con los falsos clérigos que abundan y se convierten en sostenes del poder central desviado.
Y ese poder central desviado lo tenemos en las narices y no lo vemos o, peor, lo celebramos. Hablo de los llamados subsidios, que lo único que logran es cimentar los malos caminos; ya que en realidad no subsidian, sino que acumulan las cargas que llevamos a cuestas. ¿Acaso el lector no tiene la menor idea de qué fue lo que impulsó las inmensas migraciones que hoy pasan por Panamá? Se los digo sin polleras: Panamá viene caminando la ruta de Venezuela.
Los falsos profetas han contratado a falsos economistas que nos hablan del PIB, y todos quedamos hipnotizados; aceptando el bacanal de subsidios e “inversiones” que aseguran producirán desarrollo; sí, pero será el desarrollo del mal andar. Será el desarrollo de una economía que no economisa. ¿Cuántos de los llamados economistas nos advirtieron del desastre económico que nos trajeron las medidas contra el COVID? Medidas que produjeron y siguen produciendo un daño mucho peor que el COVID; pero ojos que no ven, corazones que no sienten.
Los llamados estímulos no ayudaron a la economía, sino que han creado males que ya se asoman. La inmensa cantidad de empresas zombis, producto de tasas de intereses absurdamente bajas; las cuales han creado deudas impagables.
En épocas pasadas vivimos una maligna coyunda entre el clero y el rey; en donde todas las obras del monarca eran rociadas con agua bendita. No vemos que los acólitos del demonio no tienen la capacidad de bendecir las aguas. Y hoy, que los burrócratas y los políticos se arropan de ciencias para dar legitimidad a sus parrandas y nuestra maligna constitución cuelga en los percheros de los retretes, tendremos que esperar la tempestad que dé alumbre a una nueva época.