La reciente elección de Sergio Gálvez como presidente de la Comisión de Presupuesto de la Asamblea Nacional revela una preocupante realidad: la complicidad entre partidos tradicionales para perpetuar un sistema que ignora la voluntad popular.
Gálvez, con seis períodos como diputado, personifica la continuidad de prácticas cuestionables que han caracterizado a la Asamblea. Su discurso sobre eficiencia y fiscalización contrasta con su historial de silencio cómplice ante partidas secretas y derroches presupuestarios.
Lo más alarmante es la unanimidad con la que los partidos tradicionales, superando aparentes diferencias, se alinean para mantener el statu quo. Esta coalición tácita en la conformación de comisiones envía un mensaje claro: resistirán cualquier intento de cambio en sus modus operandi.
Esta actitud no solo traiciona la confianza depositada por los ciudadanos, sino que también desafía abiertamente los llamados a la prudencia en el gasto público. La pregunta persiste: ¿cómo puede un veterano del derroche liderar una comisión crucial para la economía nacional?
Es evidente que los intereses partidistas prevalecen sobre las necesidades reales del país, dejando a los panameños como meros espectadores de una democracia cada vez más distorsionada.