El deterioro de la clase política panameña no puede ser más evidente y lamentable. Las recientes amenazas en torno a un golpe de Estado demuestran su escasa vocación democrática y la carencia de los más mínimos valores sobre los que se sostiene la misma. No queda el menor rastro de duda que el discurso democrático para estos peligrosos personajes se reduce a depositar el voto en las urnas. Y eso, solo y cuando ese voto respalde sus ambiciones de acceder al poder; de lo contrario, están dispuestos a recurrir a las triquiñuelas dictatoriales que esta nación- ingenuamente- consideraba superadas.
Y que el autor de semejante desafuero sea el presidente del partido en el poder refleja la profunda degradación ética y cívica que se ha enseñoreado de estos “clubes” donde las ambiciones y los intereses de camarilla se toman el espacio que deberían ocupar las ideas y las doctrinas políticas. Porque ninguna situación amenaza más a una nación que aquella en la que los bárbaros asaltan las estructuras del Estado y las convierten en feudos de las más brutales ambiciones y la más cruda degradación ética y política. Una nación tal deja de serlo y se convierte en una finca donde unos pocos gamonales esclavizan a las mayorías.
Luego de tan vergonzosas declaraciones, y ante el silencio cómplice del partido dentro de cuyas entrañas se escupieron, la ciudadanía tiene que mantenerse alerta y establecer contundentemente que no comparte la vocación dictatorial del personaje de marras y que no tolerará actitudes en contra de la democracia ni de la voluntad de las mayorías.