Siguiendo un poco la filosofía de Byung Chul Han, la democracia funciona en un país de lectores y con espacio para los intelectuales y la investigación. Sin ese gran invento de la imprenta, la democracia no hubiese tenido posibilidad de subsistir. Sin imprenta los pueblos no tenían otra fuente de información más que la Iglesia y la Nobleza.
No somos lectores por lo cual en estas tierras no hay librerías ni bibliotecas. En Panamá, lamentablemente, con el smartphone hemos caído víctimas de nuestros patrones de información digital, donde la verdad y la mentira compiten por el juicio de los seres humanos y donde la super producción de información y datos nos impide tener un pensamiento crítico.
Y como estos productores de información somos nosotros mismos participando en esos medios digitales, lo interpretamos como libertad sin entender que en ese ejercicio cada uno de nosotros actúa como verdadero narcisista fomentando aquello que produzca el mayor número de followers y likes. Son los likes los que fortalecen nuestras proposiciones y los followers quienes conforman nuestra agrupación identitaria. Aquí no hay debate pues para ello se requiere la opinión del otro. Esa libertad de la cual tanto nos vanagloriamos al exponer en las redes nuestras convicciones instintivas y no racionales, no nos percatamos que en realidad somos dominados por quienes controlan y diseñan los algoritmos, los que en realidad multiplican nuestras proposiciones.
La televisión, la radio y la prensa han muerto. Los periodistas hoy son propagandistas. Se nutren de las posiciones tumultuarias que aparecen en las redes tales como Twitter, Instagram y Tik Tok. Basta con cualquier charlatán que, con poco equipamiento comunicacional, establezca su canal de comunicación audiovisual y participe en los espacios públicos anuente a festinar, instigar o promover lo que mejor le parezca. El periodismo como profesión ha muerto. El fact checking ya no es relevante. Y lo cierto es que ya no nos importa. Nuestras verdades están conformadas por comunidades privadas de gente que piensa igual a nosotros. Nos encerramos en esa comunidad de followers y likes para construir posiciones en los espacios públicos. Las redes han creado un nuevo sacerdocio con su propia liturgia a la cual llamamos “influencers”. Seguimos religiosamente sus decisiones de consumo, sus códigos instintivos.
Como bien decía Steven Colbert: “Yo no confío en los libros. Son puros hechos, nada corazón.” Y eso nos divide. Somos una nación dividida entre los que piensan con la mente y los que dicen saber con el corazón”
Feliz día del Periodista y Dia del Patriota si puede valer en estos tiempos.