La corrupción es un flagelo que ha corroído históricamente a las democracias latinoamericanas. Y una de sus manifestaciones más dañinas es la persistente fascinación de sectores ciudadanos por figuras políticas corruptas que terminan triunfando en las urnas pese a sus comprobados actos delictivos.
Según un reciente estudio del Instituto de Transparencia Regional, en la última década más de 100 políticos sentenciados por corrupción han sido elegidos o reelectos en cargos públicos en América Latina. Esto evidencia una peligrosa disonancia entre las normas éticas que la sociedad declara defender y los personajes hacia los cuales dirige su apoyo electoral. Las razones detrás de este fenómeno son complejas. Algunos analistas señalan que ciertos votantes ven en estos políticos corruptos una especie de «viveza criolla», una habilidad para «hacerse ricos» que es admirada antes que condenada. También influye la eficiencia de sus máquinas clientelares y populistas para atraer seguidores. Sea cual fuere la causa, estas conductas colectivas atentan contra la institucionalidad democrática al premiar en las urnas a quienes violan las leyes e incurrieron en delitos comprobados. Envían un mensaje de impunidad y legitiman la corrupción como parte de la «cultura política».
Los partidos tienen la responsabilidad ética de no postular aspirantes con sentencias firmes o investigaciones abiertas por corrupción. Y la ciudadanía debe superar esta fascinación malsana por figuras que representan lo peor de la politiquería, ejerciendo un voto informado, crítico y consciente. Hay quienes creen que apoyar a estas figuras controversiales es un voto de protesta contra el sistema. Pero en realidad termina siendo un voto contra la democracia, contra la ética y contra el progreso económico y social.
América Latina paga aún las consecuencias de décadas de corrupción arraigada. Está en manos de la ciudadanía evitar que los corruptos vuelvan a enquistarse en el poder. Deben participar responsablemente en política, informarse, debatir y concientizar a otros de los peligros de seguir respaldando a quienes saquearon el erario público. Solo así lograremos desterrar la corrupción de nuestras frágiles democracias y aspirar a un desarrollo que alcance a todos.