La convivencia civilizada no es solo un ideal valioso: es el pegamento que sostiene nuestras sociedades. Pero, esa convivencia armónica requiere de leyes equitativas y- aquí está el truco- también exige que esas leyes se apliquen con firmeza y consistencia. Desgraciadamente, esa no es la realidad vigente. Chocamos cada vez más con leyes que parecen estar en un letargo eterno, sin aplicarse, mientras que la sociedad se tambalea y la democracia se resquebraja. Esta tendencia crea incredulidad y desconfianza hacia las mismas instituciones que juraron protegernos. «Si no se van a usar, ¿para qué sirven?», podríamos preguntar. Y, como respuesta, surge la impunidad, y gavillas de individuos que, al notar el vacío de leyes ineficaces, sacan provecho.
Y en esta mesa, tiene su silla la corrupción, esa vieja conocida permanente personaje de la tragedia nacional. Como el Informe Global sobre la Corrupción 2023 de Transparencia Internacional nos recuerda, un alarmante 27 por ciento de personas a nivel mundial siente que la corrupción es el pan de cada día. Y si sumamos leyes que nunca se aplican, el resultado es una justicia trabada y una ciudadanía frustrada. «La injusticia en cualquier parte es una amenaza para la justicia en todas partes», nos advertía Martin Luther King. Ciertamente, vivir en una sociedad donde sentimos que hay una «ley del embudo» –amplia para algunos y estrecha para otros–, no solo erosiona la confianza, sino que pone en jaque la esencia misma de nuestra convivencia. Con códigos y reglamentos que cubren desde el más mínimo detalle hasta los grandes pilares de nuestra sociedad, resulta irónico, por no decir doloroso, constatar que la impunidad reina a sus anchas.
Y resulta aún más alarmante que sean quienes aprueban las leyes o quienes deben aplicarlas en los tribunales, los primeros en violentarlas o hacer caso omiso de ellas. ¿Qué mensaje se envía al país? El grito es claro: necesitamos un cambio. Pasar del dicho al hecho. Que se sienta que la balanza de la justicia no tiene un lado más pesado que el otro. Como decía Thomas Fuller, las leyes no pueden atrapar moscas y dejar ir avispas. Si queremos una sociedad en la que confiar, necesitamos actuar. No más leyes dormidas ni impunidad selectiva. Es hora de reivindicar la justicia y exigir que las normas se apliquen sin exenciones de ningún tipo. Nuestra supervivencia depende de ello. A final de cuentas, cada uno de nosotros puede y debe ser un agente de cambio en esta cruzada por una sociedad justa.