El peligroso juego del oportunismo político

El oportunismo político, ese viejo conocido que siempre encuentra la manera de colarse en la fiesta democrática, no es simplemente una lacra pasajera de algunos líderes sin escrúpulos. Es una enfermedad que erosiona la confianza en nuestras instituciones y pone en riesgo el tejido mismo de nuestra sociedad. Según un estudio del 2019 del Pew Research Center, la confianza en los políticos ha descendido en un 15 por ciento en la última década en diversos países, y no es difícil entender por qué.

Cuando los políticos cambian de postura y de criterios más rápido de lo que un camaleón cambia de color, resulta legítimo preguntar qué principios, si es que poseen alguno, guían a esos seudo líderes. Y, lamentablemente, ese es el escenario habitual en nuestro país: cada vez que encendemos la televisión o nos asomamos a las redes sociales, nos encontramos con políticos saltando de una postura a otra totalmente opuesta, motivados por los más abyectos apetitos y la más desoladora ausencia de ideales o creencias capaces de resistir la tentación del trueque o la negociación de privilegios y prebendas.

La democracia depende de la confianza, así como también de la credibilidad. Sin ellas, se convierte en un simple juego de sillas musicales, donde la meta es ocupar el asiento más conveniente cuando la música se detiene. Este malabarismo desvergonzado tiene un precio, y ese precio es la fe en el sistema mismo.

Es hora que, como sociedad, dejemos de premiar a los malabaristas políticos. ¿Qué podemos esperar de políticos cuyos principios, creencias y criterios son una masilla cuya forma la definen intereses ajenos a los del bienestar público?

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