¡Silencio he dicho!

En la segunda mitad de la década de los ochentas, cuando ya eran evidentes para el país y el resto del mundo los nexos entre los capos del narcotráfico sudamericano y el tirano criollo de turno, ante cada nueva acusación y denuncia que se le lanzaba, el déspota respondía que las mismas eran un ataque en contra del país. Esa confusión, pensar que ellos y la nación son una única entidad, resulta común en los autócratas de cualquier geografía, y es producto de la ridícula egolatría alimentada por la corte de lambiscones dispuestos a lo que sea necesario para seguir disfrutando de las sobras que les lanzan desde la mesa del banquete. La revelación, al momento de la caída, resulta desoladora: el preciso instante cuando comprenden que la tal grandeza es únicamente el espejismo tras el que se oculta una arrogancia digna de burla generalizada.

Por los predios de la Universidad Nacional Autónoma de Chiriquí, quienes llevan las riendas parecen ignorar esa historia reciente. Porque, mientras aún resuenan los ecos de un polémico proceso de elecciones, quien se levantó con el triunfo suma una perla más al extenso prontuario de escándalos que ha definido la década que lleva al mando. Ahora pretenden silenciar a uno de los candidatos del pasado proceso electoral por las declaraciones y opiniones que ha vertido y que no han sido muy bien recibidas en la cima del poder de turno. Amenazan con abrirle un expediente y con una posible expulsión en un descarnado ataque que fulmina el derecho a la libre expresión.

Triste escenario el de esta institución de estudios superiores que debería ser ejemplo de respeto a los derechos y a la libertad. En vez de eso, campean las ínfulas tiránicas y los mismos vicios que confunden la institución con aquél que tiene, por el momento, el poder en sus manos. El último déspota militar de este país, estaría muy orgulloso de quienes hacen honor a su legado.

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