Vivencias de un 20 de diciembre de 1989

Era miércoles. La Lotería Nacional de Beneficencia jugó su sorteo del «miercolito» en el horario acostumbrado. Ese día, me gané un par de zapatillas «Converse» (la cuña es gratis), y para retirar el premio, me dirigí hacia la Calle 26, en El Chorrillo.

Por esos días, la convulsión social estaba latente en cada hora de cada día, desde que Manuel Antonio Noriega prácticamente le declaró con disimulo su decisión de no abandonar el poder a los Estados Unidos. Eran mis tiempos de universitario, ya en el cuarto año de la carrera de Español en la Universidad de Panamá.

Conforme me acercaba a la casa de mi amiga, a la que le gané la rifa de las zapatillas, en aire se hacía denso, pesado, agobiante. No hacía calor, pero había demasiada pesadez, a pesar de que en pocos días sería la Nochebuena y la Navidad.

Recuerdo que eran casi las nueve de la noche. Mi amiga estaba esperándome, pero no tenía las zapatillas, sino unos billetes bien doblados. «Toma, no pude comprar la vaina, mejor te doy la plata, esto está feo por acá». Esas palabras me abrieron los ojos. La casa de madera estaba bastante cerca del cuartel central de las Fuerzas de Defensa, frente al gimnasio Neco De La Guardia.

Tomé el dinero y monté el primer bus de vuelta a la Calle 12 y de allí, a mi cuarto, el #8 en la casa de alquier 9-10, entre las calles 9a y 10a. Ese cuarto me vio nacer. Allí estuvieron mis padres, allí nació mi hija Andreína. Tenía una vista privilegiada hacia la Bahía de Panamá.

Cerca de las 11 de la noche, la casa se estremeció con fuerza. Estaba comenzando «lo feo» que me había anticipado mi amiga. Prendí la pequeña radio, y busqué en el dial RPC Radio; pero solo se oía un ruido como de un aguacero dentro del aparato. Entonces, logré sintoniza Radio Nacional (antes Radio Libertad), llamando a los panameños para «resistir» la invasión. «¿Cuál invasión?», me preguntaba, incrédulo.

Mi sueño se esfumó. Slolo, desde la ventana del cuarto, pude ver ráfagas que iluminaban el cielo. Y desde allí, la emisora ahora llamada «La Cadena de la Resistencia» instaba a «la lucha frontar contra la bestia verde de los Estados Unidos». Sonaba «Colonia Americana No», aquella canción que por los años de dominio militar, sonaba como un himno de guerra contra los estadounidenses.

De pronto, las voces que arengaban la lucha contra los invasores callaron… fueron minutos eternos… de angustia e incertidumbre. Finalmente, una voz hablaba en español, con marcado acento gringo, explicando que la acción bélica estadounidense estaba dirigida a derrocar a Manuel Antonio Noriega, y no a hacer daño al resto de los panameños.

Pero no fue así. Al amanecer, desde mi ventana se veía una gran mancha negra en el edificio donde funcionaba la Radio Nacional, producto de los impactos de las armas norteamericanas. Los servicios de agua y luz funcionaban, pero el alma y el corazón panameño habían hecho corto circuito.

Han pasado 35 años desde que ocurrieron estos eventos. Bautizaron la masacre como «Operación Causa Justa»; sin embargo, ver los muertos, vivir el saqueo y comer comida deshidratada, desvirtúan por completo este mensaje… y sí, Panamá aún no se ha recuperado, tres décadas y media después… y como en el 9 de enero de 1964, el paso de las generaciones acentúa el sentir de un país pacífico que no pidió una intervención armada, y cuyo pecado natural es ser «Puente del Mundo y Corazón del Universo», una franja que une dos océanos, por la que los poderosos quieren tener dominio sobre su territorio, especialmente a los que les conviene por razones «políticas y estratégicas».

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